Misericordia, no sacrificio

A los pecadores, Jesús les contesta diciéndoles que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Y a continuación hace suyas las palabras del profeta Oseas: Más quiero misericordia que sacrificio (Oseas 6, 6 ).

No rechaza el Señor los sacrificios que se le ofrecen; insiste sin embargo, en que éstos han de ir acompañados del amor que nace de un corazón bueno, pues la caridad ha de informar toda la actividad del cristiano y, de modo particular, el culto a Dios.

Nuestro amor a Dios se manifiesta en todas las acciones del día, en las pequeñas mortificaciones que impregnan lo que hacemos, y que llevan hasta el Señor nuestro deseo de abnegación y de agradarle en todo. Los pequeños sacrificios que procuramos ofrecer cada día al Señor nacen del amor y alimentan a su vez este mismo amor.

Prefiero la misericordia al sacrificio... El campo principal de nuestras mortificaciones ha de ser el que se refiere a las relaciones y al trato con los demás, donde ejercitamos continuamente una actitud misericordiosa que nos lleva a hacerles más grato su paso por la tierra, de modo particular a aquellos que sufren física o moralmente. Junto a estas mortificaciones, quiere el Señor que sepamos encontrarle en aquello que Él permite, como una grave enfermedad, un revés económico, problemas familiares.

Estas son las ocasiones para decirle al Señor que le amamos, precisamente a través de aquello que en un primer momento nos resistimos a admitir. Otro campo de mortificaciones en las que mostramos el amor al Señor está en el cumplimiento amoroso de nuestro deber: trabajar con intensidad, terminar lo que hemos empezado, cuidar las cosas pequeñas, el orden, la puntualidad. Estos pequeños sacrificios disponen el alma para la oración y la llenan de alegría.

El amor al Señor nos mueve a controlar la imaginación y la memoria, a sujetar la sensibilidad, a vencer la pereza al levantarnos, a no dejar la vista y los demás sentidos desparramados, a ser sobrios en la bebida, en la comida, a evitar caprichos. Las mortificaciones son una industria humana difícilmente sustituíble, dada la natural tendencia a olvidarnos de la Cruz. Para el alma mortificada se hace realidad la promesa de Jesús: quien pierda su vida por amor mío, la encontrará (Mateo 10, 39).