Quien pone su corazón en los bienes de la tierra se incapacita para encontrar al Señor porque el hombre puede tener como fin a Dios o poner las riquezas como meta de su vida, en sus muchas manifestaciones de deseo de lujo, de comodidad, de poseer más. El que pone su deseo en las cosas de la tierra como si fueran un bien absoluto comete una especie de idolatría (Colosenses 3, 5), corrompiendo su alma como se corrompe con la impureza (Efesios 4, 19; 5, 3), y, con frecuencia, acaba uniéndose a los "príncipes de este mundo", que se levantan contra Dios, contra Cristo (Salmos 2, 2).
El cristiano ha de examinar con frecuencia si ama la sobriedad y la templanza, si es parco en las necesidades personales, restringiendo los gastos superfluos, no cediendo a los caprichos, vigilando la tendencia a crearse falsas necesidades, si cuida las cosas del hogar, los instrumentos de trabajo.
La pobreza del cristiano corriente, que se ha de santificar en medio de sus tareas seculares, no consiste en una circunstancia meramente exterior: tener o no tener bienes materiales. Se trata de algo más profundo que afecta al corazón, al espíritu del hombre; consiste en ser humilde ante Dios, en sentirse necesitado de Él, en ser piadoso, en tener una fe rendida que se manifiesta en la vida y en las obras.
Si se poseen estas virtudes y además abundancia de bienes materiales, la actitud del cristiano ha de ser la del desprendimiento, de caridad generosa. El que no posee bienes materiales no por ello está justificado ante Dios, si no se esfuerza por adquirir las virtudes que constituyen la verdadera pobreza. También en la escasez puede manifestar su generosidad, su señorío, y también debe estar desprendido de lo poquísimo de que se dispone.
Examinemos hoy la rectitud con que usamos nuestros bienes, y si tenemos el corazón puesto en el Señor, desasido de lo mucho o de lo poco que poseemos.
También debemos desarrollar sin miedos y sin falsa modestia ni timideces, todos los talentos que el Señor nos ha dado, poner todas nuestras energías para que la sociedad progrese y lograr que sea cada vez más humana, que se den las condiciones necesarias para que todos lleven una vida digna, como corresponde a hijos de Dios. La Virgen, que supo vivir como nadie la virtud de la pobreza, nos ayudará hoy a formular un propósito, quizá pequeño, pero bien concreto.