Cuando nos parece que todo ha fracasado y encontramos motivos para abandonar todo, debemos oír la voz de Jesús que nos dice: Guía mar adentro, vuelve a empezar... en mi Nombre. El Señor siempre nos acompaña en nuestra barca, nosotros solamente necesitamos docilidad y poner en práctica sus palabras.
Pedro se adentró en el lago con Jesús en su barca y pronto se dio cuenta de que las redes se llenaban de peces; tantos, que parecía que se iban a romper. Este pasaje del Evangelio tiene muchas enseñanzas: por la noche, en ausencia de Cristo, la labor había sido estéril: lo mismo sucede con las labores apostólicas que no cuentan con el Señor. Pedro, con su gran experiencia como pescador, con humildad, se fía de la palabra de Jesús que no tenía experiencia en su oficio.
La necesidad de la obediencia para quien quiere ser discípulo de Cristo por encima de toda razón de conveniencia, de eficacia, está en que forma parte del misterio de la Redención, pues Cristo mismo "reveló su misterio y realizó la redención con su obediencia". La obediencia nos lleva a querer identificar en todo nuestra voluntad con la voluntad de Dios, que se manifiesta a través de los padres, de los superiores y de nuestros deberes. El Señor espera de nosotros una obediencia delicada y alegre. Si permanecemos con Cristo, Él llena siempre nuestras redes.
Pedro quedó admirado, miró a Jesús y se arrojó a sus pies diciendo: Apártate de mí que soy un hombre pecador. Pedro comprendió su pequeñez. Entonces, Jesús le dice: No temas, desde ahora serán hombres los que habrás de pescar. Jesús comenzó pidiéndole su barca y se quedó con su vida. Pedro comenzó obedeciendo en lo pequeño y el Señor le manifestó los grandiosos planes que para él, pobre pescador de Galilea, tenía desde la eternidad: la roca, el cimiento inconmovible de la Iglesia.