La misericordia del hombre es uno de los frutos de la caridad, y consiste en "cierta compasión de la miseria ajena, nacida en nuestro corazón, por la que si podemos nos vemos movido a socorrerla"
Es propio de la misericordia volcarse sobre quien padece dolor o necesidad, y tomar sus dolores y apuros como cosa propia, para remediarlos en la medida que podamos. Cuando visitamos a un enfermo no estamos cumpliendo un deber de cortesía; por el contrario, hacemos nuestro su dolor... procuramos obrar como Cristo lo haría. ¡Cuánto bien podemos hacer siendo misericordiosos con el sufrimiento ajeno! ¡Cuántas gracias produce en nuestras almas! El Señor agranda nuestro corazón y nos hace entender la verdad de aquellas palabras del Señor: Es mejor dar que recibir, Jesús es siempre buen pagador.
Afirma San Agustín que amando al prójimo limpiamos los ojos para poder ver a Dios. La mirada se hace más penetrante para percibir los bienes divinos. El egoísmo endurece el corazón, mientras que la caridad es ya un comienzo de la vida eterna y la vida eterna consistirá en un acto ininterrumpido de caridad.
Haz Señor que sepamos descubrirte a Ti en todos nuestros hermanos, sobre todo en los que sufren y en los pobres. Muy cerca de los que sufren encontramos siempre a María. Ella dispone nuestro corazón para que nunca pasemos de largo ante una persona enferma, y ante quien padece necesidad en el alma o en el cuerpo.