A Jesús le gustaba conversar con sus discípulos, nunca rehusó el diálogo con quienes se le acercaban en las situaciones de cultura, de tiempo... más diversas. Con todos se entendía Jesús y todos salían confortados con sus palabras. Y en esto debemos imitar al Maestro. La palabra, regalo de Dios al hombre, nos ha de servir para hacer el bien: para consolar al que sufre, para enseñar al que no sabe; para corregir al que yerra; para fortalecer al débil; para levantar amablemente al que ha caído, como Jesús hace constantemente.
Esto es hablar: enriquecer, orientar, animar, alegrar, consolar, hacer amable el camino, llevar la paz, ayudar a descubrir la propia vocación. Y muchos encontrarán a Cristo en esas confidencias normales llenas de sentido positivo.
No podemos utilizar la palabra de modo frívolo, vacío o inconsiderado, y menos faltar con ella a la verdad o a la caridad, pues la lengua como afirma el Apóstol Santiago se puede convertir en un mundo de iniquidad (3, 6), haciendo mucho daño a nuestro alrededor... ¡Cuánto amor roto, cuánta amistad perdida, porque no se supo callar a tiempo! Jesús nos advierte: Yo os digo que de cualquier palabra ociosa que hablen los hombres han de dar cuenta en el día del juicio (Mateo 12, 35). De nosotros tendría qué decirse que en ninguna circunstancia nos oyeron hablar mal de nadie.
Pidámosle a la Virgen que nosotros, como su Hijo, pasemos nuestra vida, haciendo el bien, también con nuestra palabra.