
La fe nos permite lograr metas que siempre habíamos creído inalcanzables, resolver viejos problemas personales o de una tarea apostólica que parecían insolubles, echar fuera defectos que estaban arraigados. La fe es para vivirla, y debe informar las grandes y pequeñas decisiones; y, a la vez, se manifiesta de ordinario en la manera de enfrentarse con los deberes de cada día.
No basta con asentir a las grandes verdades del Credo, tener una buena formación quizá; es necesario vivirla, practicarla, ejercerla, debe generar una "vida de fe" que sea, a la vez, fruto y manifestación de lo que se cree. Dios nos pide servirle con la vida, con las obras, con todas las fuerzas del cuerpo y del alma.
El ejercicio de la virtud de la fe en la vida cotidiana se traduce en lo que comúnmente se conoce como "visión sobrenatural", que consiste en ver las cosas, incluso las más corrientes, lo que parece intrascendente, en relación con el plan de Dios sobre cada criatura en orden a su salvación y a la de otros muchos.
La vida cristiana, la santidad, no es un revestimiento externo que recubre al cristiano, ignorando lo propiamente humano. De ahí que las virtudes sobrenaturales influyan en las humanas y hagan del cristiano un hombre honrado, ejemplar en su trabajo y en su familia, lleno de sentido del honor y de la justicia.
La fe está continuamente en ejercicio, y la esperanza, y la caridad... Ante problemas y obstáculos, el Señor nos dice: extiende tu mano. Examinemos hoy cómo vamos de "visión sobrenatural" ante los acontecimientos diarios.
La fe nos llevará a imitar a Jesucristo, que fue "perfecto Dios y perfecto hombre", a ser hombres y mujeres sin complejos, veraces, honrados, justos en los juicios, en la conversación... La vida cristiana se expresa a través del actuar humano, al que dignifica y eleva al plano sobrenatural. Por otra parte, lo humano sustenta y hace posibles las virtudes sobrenaturales.