Los poderes de Dios


El Señor antes de su Ascensión a los Cielos, entregó a sus Apóstoles sus propios poderes en orden a la salvación del mundo: Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Id pues, y haced discípulos míos a todos los pueblos ...; y la Iglesia comenzó enseguida, con autoridad divina, a ejercer su poder salvador.

Imitando la vida de Cristo, que pasó haciendo el bien, confortando, sanando, enseñando, la Iglesia procura hacer el bien allí donde está. Les presta ayuda humana a los necesitados, enfermos, refugiados, etc.. Esta ayuda humana es y será siempre grande, pero al mismo tiempo, es algo muy secundario: Por la misión recibida de Cristo, Ella aspira a mucho más: a dar a los hombres la doctrina de Cristo y llevarlos a la salvación.

También tenemos el gratísimo deber de pedir cada día que todos los fieles cristianos seamos verdadera levadura en medio de un mundo alejado de Dios, que la Iglesia puede salvar.

Hemos de pedir también por los Obispos, Pastores de la Iglesia de Dios junto al Papa, por los sacerdotes, por los religiosos y por todo el Pueblo de Dios. Y también por quien más necesitado esté en el Cuerpo Místico de Cristo, viviendo con naturalidad el dogma de la Comunión de los Santos.


La Iglesia somos todos los bautizados, y todos somos instrumentos de salvación para los demás cuando procuramos permanecer unidos a Cristo con el cumplimiento amoroso y fiel de nuestros deberes religiosos, familiares, profesionales y cívicos; con un apostolado eficaz en el entramado de relaciones en el que discurre nuestra vida. Este apostolado es urgente por la cizaña de la mala levadura que invade al mundo.