Amigos y hermanos


Mientras avanzan maravillosamente las técnicas de comunicación masiva, cada uno de nosotros aunque parezca extraño, padece una angustiosa soledad. En medio de nuestras ciudades, abrumada de mensajes visuales y auditivos, somos solitarios.

Nacimos de una comunidad de amor: Dios es comunidad, también lo es la familia que nos trajo a la vida, y en nada podemos prosperar sin la ayuda de la comunidad. El estudio, el arte, la religión, tienen un sentido grupal y supone compañía. Solos, permaneceremos incompletos.

El Evangelio es un llamado a vivir comunitariamente. Ya no por un instinto tribal, ni menos aún por egoísta conveniencia. Es una invitación a ser personas, dentro de un grupo concreto, reunidos por los vínculos de un amor purificado, seguros de la presencia de Jesús.

Raras veces nos reunimos en nombre del Señor. Por eso no sentimos una compañía. Nos encontramos como socios, compañeros, vecinos o cómplices,pero pocas veces como amigos o hermanos. Vivimos como la piedra de un muro.

"No nos conocemos a fondo, ni nos queremos".

Bajo la luna del desierto, un viejo pastor pregunta a sus hijos:

¿Cómo es posible adivinar en la noche que ya se acerca la mañana?

-Si advierto que entre la sombra se mueve un perro y no un chacal, dice uno.

-Cuando descubro que cerca de las palmeras corre una oveja pequeña y no un cabrito, responde el otro.

-Están errados, responde el anciano. Si al que viene hacia mi por el sendero, lo distingo como un amigo y un hermano, es porque empieza a amanecer.