El Espíritu Santo

Es el cumplimiento sobre la tierra para la historia de Cristo, desde la Asunción y el Pentecostés, a través del tiempo de la Iglesia. “Jesús está presente para cada persona y en todo lugar”. Esa presencia dinámica y profunda de Jesús en la Iglesia y en el mundo entero es una persona que tiene su nombre y es: “el Espíritu Santo”.
No vamos a hablar del Espíritu Santo como tercera persona en la divinidad, sino como el don de Dios para la gente y en especial, para los creyentes en Cristo. La Iglesia sin el Espíritu Santo es una fundación humana normal, “como un cuerpo sin espíritu” y al contrario, el Espíritu sin la Iglesia no ve ante Él a quien revive. “La fe en el Espíritu y la fe en la Iglesia no se separan”. ¿Quién es entonces el Espíritu Santo? La palabra Espíritu significa: “viento”. Es antes de todo ese viento que volaba sobre las aguas, es el aliento de Dios en la creatura. Luego se conoció ese aliento “del Espíritu de Dios”. También es quien animaba a los profetas y los reyes. No habían sabido que era una persona todavía, pero se dieron cuenta que ese aliento revivía a las personas y les hacía pensar. El será el don de los tiempos mesiánicos. “Es el aliento de Dios en la resurrección”. Es la renovación total para el hombre que los revive de la muerte y la brisa de la vida del resucitado de la muerte, que es “Jesús”quien nos lo da y revelará que ese Espíritu es una persona.
JESÚS Y EL ESPÍRITU: fue embarazado de él en el Espíritu. Él es todo el fruto del Espíritu. Todo lo que dice o hace lo dice y lo hace en el Espíritu. No domina el Espíritu a Jesús por afuera porque Él en Jesús está en su casa.“Él es el Espíritu de Jesús como es el Espíritu del Padre”. Jesús trabaja en el Espíritu y por su fuerza resucitará de la muerte. “La resurrección es el hecho más animado del Espíritu en la vida de Jesús. Y finalmente, murió Jesús entregando el Espíritu. Es el don que saldrá de Jesús cuando soplara en su discípulos diciendo: “reciban el Espíritu Santo”. El Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo. Vino el Hijo predicándonos de Él por palabras humanas, de vida y muerte humana, y el Espíritu nos dará la fuerza para “amar”.
Jesús fundó la Iglesia y el Espíritu la revive. Jesús declaró la misión y el Espíritu la confirma. Jesús fundó los sacramentos y el Espíritu nos hace vivirlos. Jesús habla y el Espíritu nos hace entender la palabra. “El Espíritu es el distribuidor principal para la vida y el amor en nosotros”. Es la única relación entre Dios y el hombre. Dios puso en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que nos hace decir “Abba” o sea “Padre”. Jesús y el Espíritu hacen el mismo trabajo para la gloria del Padre. En el Pentecostés, cuando vino el Espíritu Santo sobre los discípulos, se animaron y comenzaron a predicar, y cada vez que hablaban del Pentecostés, el Espíritu Santo, hablaban de valentía y creación. “Pues, trabajemos para que no se apague ese Espíritu en nuestra comunidad”.
¿QUÉ NOS PASA SIN EL ESPÍRITU SANTO? Seremos miedosos, incapaces de conseguir personas que amamos o ver la esperanza, porque nuestro amor será débil y nuestra fe será tibia; nos quedaremos colgados en la luz de nuestras imaginaciones débiles.
¿QUIÉN ERES TÚ ESPÍRITU SANTO? ¡No se! “Solamente Dios puede hablar de Dios”. Lo que si sé es que sin tí no puedo elevar la oración para el Padre que Jesús vino a enseñar en la tierra, sin tí me convierto en satélite que perdió su base y ahogó en lo oscuro. EL ESPÍRITU NOS HACE INTELIGENTES: el crea hombres de Espíritu, o sea, “inteligentes pensadores”. El nos hace expertos en los misterios de Dios. Ser inteligente no significa creer en la cosas nada más, sino saber que Jesús, el resucitado, ya no podemos enterrarlo en el pasado. No tenemos una imagen de Él ni tampoco escuchamos su voz sobre una grabadora. Eso sin duda nos hace buscar a su nueva cara, siempre en los demás, a través de nuestra mente pensadora. El Espíritu nos saca del pasado. No llegamos a Cristo, el resucitado, por fijar su presencia en los recuerdos del pasado. “No busquen al vivo entre los muertos”. Jesús ha aparecido muchas veces después de su resurrección, pero no por mucho tiempo, a sus discípulos, pero después de quitar las dudas de ellos, los ha dejado y les ha entregado la misión de predicar sobre su vida y de devolver la esperanza a los pobres. La fe en Cristo no es una religión de recuerdos y tampoco de muertos. Si no hubiera venido el Espíritu, la cosa hubiera durado poco tiempo o se hubiera transformado en una secta, y tampoco el mundo hubiera cambiado; pero afortunadamente vino el Pentecostés y enseguida se transformó la fe a una aventura con Cristo. Y si el cristiano recuerda los hechos de Cristo es para vivir esos recuerdos “hoy”en el Espíritu de Cristo: Nos hace ver la Biblia que es una de las más grandes tentaciones, era “la tentación del pasado”, por supuesto antes del Pentecostés. Los discípulos querían ver a Jesús siempre en sus ojos. La Magdalena, que en el pasado beso los pies de Jesús, lo oyó diciéndole: “no me toques”. Tenemos que aprender como sobrepasamos nuestras costumbres. Jesús es el mismo, pero el Espíritu de la pascua nos enseña como descubrir su cara. La Iglesia ha conservado los cuatro Evangelios como un testimonio valioso pero, ¿No creen que cada uno de nosotros debe escribir su propio Evangelio en su corazón según el estado de la búsqueda que vive? “Sin el Espíritu el credo de nuestra fe queda misterioso y la revelación es una operación de lanzamiento en paracaídas. Dios no es un profesor fracasado. El Espíritu nos prohibe recitar nuestra religión como algo memorizado. Dice san Irineos: “El Espíritu es luz de la fuerza que nos llama a trabajar y no a descansar”.
Sin el Espíritu, la adoración es un recuerdo, los sacramentos no son sino ritos vanos. Con el Espíritu se convierten en hechos de Cristo, el resucitado. El perdón de los pecados se fundó para dar el Espíritu, el Espíritu del amor y la reconciliación total. Cuando el Espíritu ilumina nuestra mente, nos hace vivir los sacramentos como adultos, y asi también para la oración. Él quita la niñera y la magia y nos da la fuerza para ser grandes, maduros, en la vida de la fe. El Espíritu nos obliga a tomar una decisión. Nadie puede hablar de nosotros, ni la Iglesia, ni nadie. La Iglesia tiene su palabra en Cristo, pero nosotros debemos tomarla sobre nuestros hombros, porque apostamos nuestra esperanza personal sobre Cristo. Esa apuesta no puede ser por cargo: “Sea tú mismo” dice el Espíritu. “Di tu palabra personal”. Los discípulos han hecho esa caminata y el Espíritu era quien les dió un corazón personal. ¿Cómo se construye la comunidad si no es a través de personas que saben de un tiempo a otro la oración personal? Solamente Dios hace que el hombre le entienda. Sin el Espíritu Santo, que abre los corazones a la Biblia, el mismo Evangelio queda como un misterio. El Espíritu Santo dirigió a Jesús al desierto para encontrar a su Padre en la soledad y la oración, y así hace en nosotros. ¿Qué es la oración si no es la fe que conoce a sí mismo? Ese encuentro personal con el Padre por el Hijo en el Espíritu es la base de cada comunidad. Nadie puede encargarse por nosotros en esta búsqueda de Dios. Si perdemos el sentimiento para el llamado del Espíritu, tarde o temprano nuestra fe se pone débil y se convierte en conocimiento y luego se muere.
LOCOS POR EL ESPÍRITU DE LAS BIENAVENTURANZAS: la mente que la ilumina el Espíritu Santo se ve loca, y eso no es algo nuevo para los cristianos que los considera el mundo locos. Lo que valora el mundo (dinero, fama, etc.) se convierte muy simple para quien entendió que solamente Dios llena los corazones y los alegra. Y asi voltea la religión cristiana los valores conocidos del mundo para valorar normalmente lo que se considera invalioso (pobreza, misericordia). Jesús ha juzgado para siempre la felicidad barata y la alegría fácil. Él devuelve a nosotros el significado de nuestra verdadera grandeza o “valor”, pero ese valor nos sobrepasa. El hombre no domina a Dios, sino queda ante Él como quien recibe a un huésped. Debe nacer del Espíritu para entender la verdad del cielo y de la tierra. Solamente el Espíritu nos mete en la bienaventuranzas, que no son un estudio para personas especiales, sino para los bautizados. “Ellas son el remetido cristiano total”. El Espíritu nos dice que todos esos llegaran a un resultado bueno y rápido. Ellas son el don del Espíritu, que hace personas espirituales. No es algo definitivo que los cristianos dejen sus juicios adelantados sobre ellas, como eso es bonito pero es un sueño, y no es importante que sean nueve o cinco porque no hay sino una sola necesidad que es “la pobreza” .
DICHOSOS LOS POBRES: la jarra llena queda jarra y la vacía se llena de Dios.
DICHOSOS LOS MANSOS: que entienden la dificultad.
LOS QUE LLORAN: porque no aceptan la agonía del mundo.
LOS HAMBRIENTOS: a la santidad. Si su interior es lleno del Espíritu, les hace sentir hambre por el hambre de los demás.
LOS MISERICORDIOSOS: el perdón no es una debilidad ni una mentira, sino es un rechazo de la terquedad del camino del rencor. Solamente el Espíritu Santo puede hacerme dar un vaso de agua a un sediento que pensó matarme hace cinco minutos.
LOS PUROS DE CORAZON: al Espíritu no le gustan las máscaras.
LOS TRABAJADORES POR LA PAZ: que hacen la paz poniendo su vida en peligro, que dejan sus comodidades porque saben que la paz no nace del silencio de los salones.
LOS PERSEGUIDOS: que los manda el Espíritu para remar en contra del huracán.
Se monta el Espíritu de la bienaventuranzas en no poner límite a nuestro amor ni a nuestra generosidad. Si el cristiano acepta entrar en este camino será loco, pero no sólo, sino “loco como su Dios”.
EL ESPÍRITU CREA RESPONSABLES: nombra Juan el Espíritu del consolador, pero en realidad el hizo temblar a los discípulos más que consolarlos. Se les dió el ánimo o sea, “Dios en el interior”. La ayuda del Espíritu no hace hombres ayudantes, sino hombres responsables. Él es la fuente única de la libertad cristiana. Libertad: la posibilidad de hacer lo que se debe. No debemos pronunciar nunca en nuestra vida que hicimos nuestros deberes religiosos sin gana. La ley no es cristiana si no entra al corazón. Solamente el amor excusa la ley. Sin el amor la ley mata. Lo importante de la ley del Nuevo Testamento y que sobre ella se monta la virtud, es “la gracia” del Espíritu Santo dada a nosotros con nuestra fe cristiana (Tomás de Aquino). El hombre no entiende sino lo que quiere entender. La lógica del amor sólo crea algo de orden. Muchas veces usamos nuestra libertad pero, ¿Acaso sabemos que se debe entrenar sobre la libertad? Cuando Jesús estaba visible lo dejaron trabajar y ellos se bastaron de aplaudir sus milagros; desde la resurrección y el Pentecostés supieron que la misión de Cristo ha sido el trabajo de ellos y deben ponerse a trabajar. Dice un dicho español: "Dios nos ayuda a través de nuestra fuerza”. Cuando comienza la Iglesia a olvidar el Espíritu se enferma, y dentro de esas enfermedades que matan la libertad y la responsabilidades es “el amor al poder”. Habla San Mateo (20) del poder como de un servicio, pero sin el Espíritu Santo llega a ser “poder de dominio”. Cada vez que disminuye nuestra fe del maestro interior, nos comenzamos a contar con los maestros exteriores (Heig). Si estamos viviendo en el Espíritu, pues, caminemos en el Espíritu. Cuando trabajamos en el Espíritu se traduce su hecho en los corazones por (la justicia, misericordia, serenidad). La justicia crea relaciones de respeto, la misericordia sana las heridas, la serenidad construye la verdad. La vida del Espíritu es el amor en nosotros que nos hace más humano, purifica las conciencias y las comunicaciones humanas y devuelve el ambiente fraternal donde vivimos. En el Espíritu se cambia nuestra relación con Dios, llegamos a ser “hijos” y con los demás “hermanos”. En nuestra época hay muchos santos, no saben que lo son por supuesto y normalmente son anónimos, pero están luchando por el amor, “porque quien ora para obtener la victoria sin luchar es un mal educado.” Vivir el amor es decir al otro: “no puedo estar feliz si tu no lo estás”. El Espíritu nos enseña a no buscar en nosotros nuestra felicidad personal. El Espíritu reune para la misión: vino el Espíritu a nuestra tierra para volver a construir una humanidad rota, nuestro mundo, donde la gente ha dejado de entenderse. Ha creado el Espíritu de Dios el hombre nuevo y bajo el efecto de ese Espíritu se elevará Jesús sobre la cruz en una unión perfecta con su Padre y dará el Espíritu de la unión que es su Espíritu. Entonces, el Pentecostés es que hable la gente un sólo idioma, es la batalla final que vence a todas las razas y colores. El Espíritu permite que la gente se lleve sobre una sola sintonía, unica. El trabajo del Espíritu, como dice el padre Congar, “no es iluminar éste o éste, sino amor y lograr el cuerpo místico de Cristo”. Por eso las condiciones del Espíritu y su trabajo es en sí misma comunitaria. “El Espíritu ajusta todo el cuerpo”. El Espíritu entre nosotros es la base de la unión y esa unión viene de adentro. Si fuera la unión de la Iglesia solamente externa, la Iglesia no sería sino una fundación humana. La comunión única que la crea el Espíritu es principalmente la de los corazones. Con el Espíritu se hace apóstol todo el que se entrega por Él, pero la Iglesia sabe que ella no posee al Espíritu que sopla donde quiere. Dios no es la presa de nuestra maneras. El Espíritu es la promesa y la alianza nueva, y la ley viva, un don grande que hace a toda la humanidad “hija de Dios”. Comenzando de esa mirada, todo el mundo se considera en el "reino del Espíritu”. No podemos ser apóstoles del mundo si no nos convencemos que el Espíritu trabaja en cada conciencia. El éxito del Espíritu será el gran cambio en el hombre y en el universo, “la creación nueva”. La muerte de Cristo y su resurrección, abre para nosotros un espacio ilimitado de éxito y de divinidad, pero ese espacio mismo nos saca o nos quita de nuestros sueños para hacer misiones urgentes: “cambiar la tierra”. Solamente el Espíritu Santo nos hace entender que el reino de Dios no está en otro mundo sino en el nuestro que será otro. El trabajo de los cristianos es mucho mejor que remendar el mundo de la muerte, éste. Más bien, tienen que estar en la primera fila entre aquellos que están construyendo el mundo sobre el amor, que su nombre verdadero es: “ el Espíritu Santo.” Amen .