Cristología

Cristo histórico

Cristo histórico: Jesús vivió 33 años. Su historia no empezó con su nacimiento sino muchos siglos antes hablaron de Él los profetas. Él no nació en el primer año de la época cristiana, sino que el santo Benedictino Dionisio, el exiguo, el año 533 comenzó por primera vez a contar los años a partir del nacimiento de Jesús. Sobre la fecha exacta del nacimiento, hay algunos historiadores que dicen que Cristo nació seis años antes de nuestra era cristiana y otros dicen que hay equivocación de cuatro años después. El astrónomo y el matemático Kepler confirman que el año del nacimiento de Cristo el planeta Júpiter y Saturno se pusieron uno detrás del otro y provocaron una luz intensa visible, la cual podría ser la estrella de Belén en el día del año del nacimiento de Jesús, pero los evangelios no nos dicen que día, pero desde el primer siglo se celebra el día 25 de diciembre.
Se piensa que el día de la muerte de Jesús fue el 3 de abril del año 33, que fue el primer viernes del mes. Según estudios recientes, estudiosos de la universidad de Oxford han revelado que hubo un eclipse parcial que oscureció visiblemente el cielo de Jerusalén el 3 de abril del año 33 que es el día que murió Jesús, lo que explica las tinieblas que cubrieron la tierra aquel día según el Evangelio. La determinación exacta de las fechas y lugares no le interesa a los evangelistas sino transmitir las predicaciones de la fe y dar una imagen suficiente de Jesús con el fin de que cada uno pueda convencerse de la verdad de la fe. Por eso cada quien se tomó la libertad de reunir lo que le parece a él interesante y lo más importante.

El testimonio de los evangelios: los evangelistas conocían muy bien los hechos que escribieron, sobre todo los milagros y los discursos de Jesús. La veracidad de ellos está garantizada porque no tenían motivos para mentir y lo único que consiguieron fue la deshonra, la persecución y el martirio. Además, escribieron cuando todavía vivían muchos testigos que habían visto y oído a Jesús, y que los hubieran desmentido si ellos hubieran cambiado los hechos. Jesús no es una figura idealizada como los grandes héroes y fundadores de religiones como Buda, Mahoma...etc. Cristo es absolutamente original. Fue el único fundador en la historia de las religiones que se presentó a la humanidad como Dios y como hombre al mismo tiempo, como persona que tenía dos naturalezas. Este concepto nunca podría haber sido creación ni idealización, ni de los Judíos ni de los paganos. Así, podemos concretar que los evangelios son los libros más históricos de la antigüedad, cuyo valor sellaron con su sangre sus autores.

El idioma de Jesús. ¿Qué lengua habló? La primera respuesta la encontramos en los evangelios que han sido escritos en griego, y hay unas palabras escritas en arameo, el idioma que se hablaba en Palestina en el tiempo de Jesús; esas palabras son: Eli, lema sabactani, talita kum, effatá. Entonces, podemos afirmar que el idioma hablado por Jesús era el arameo, que era el idioma de Israel y Palestina en el tiempo de Jesús. Pero parece que Jesús también conocía el idioma hebreo, que era hablado en Jerusalén y usado en los antiguos libros de la Biblia. El hecho que Él enseñaba en la sinagoga y el título “Rabi”, y traducir y comentar las escrituras, nos hace entender que Jesús conoce muy bien el idioma hebreo. Y también no se descarta que Jesús sabía hablar griego. En Galilea, el griego estaba bastante difundido y como demuestran los evangelios, Jesús no se limita de recorrer Galilea y Samaría, sino alcanza también las regiones de Tiro, Sidón y Decápolis, que era tierra de idioma griego. Por tanto, se puede entender que tenía cierto conocimiento de ese idioma, pero el lenguaje principal era el arameo.

La historia de Jesús es reconocida por todos; creyentes y ateos en general porque siempre hay algunos que quieren inventar.... Hay muchas pruebas históricas de la existencia de Jesús. El escritor Tácito tratando las persecución de los cristianos por Nerón, habla de la muerte de Jesús ordenada por Pilatos; su testimonio está confirmado desde el año 112 D. C.

Testimonios históricos sobre la muerte de Cristo:
Destacamos tres testimonios que no tienen nada que ver con nuestro cristianismo pero de una manera directa e indirecta confirman la historicidad de nuestro Cristo.

El testimonio del historiador Joséfo, que era judío, el historiador Lucian, el griego, que murió casi el año 100, y el historiador Sitatsios, que era pagano y murió casi el año 50 y cuentan todo lo que tenemos hoy día en la Biblia. Hablan de lo que hizo Jesús, su muerte por orden de Pilatos y su desaparición en el tercer día del sepulcro de una manera extraordinaria.

El testimonio de los documentos romanos: este documento fue mandado por Pilatos a Tiberio César para explicar la misión de Cristo, las quejas de los judíos y su obligación de matarlo crucificado para evitar un alboroto social. Este documento cayó en las manos de San Tertuliano y lo usó en su famosa defensa de los cristianos y del cristianismo entre el año cien y casi el 120.

El testimonio de los documentos judíos: este documento dice, en la página 45, que Jesús fue muerto y crucificado justo antes de un día de la pascua y se habló antes de 40 días que iba a morir y resucitar, y nosotros sabemos que ese Jesús no es sino un mentiroso brujo que quiso confundir al pueblo judío.

Ese testimonio es hecho y dicho de los propios matones de Cristo.
Para nosotros los cristianos no nos hacen falta testimonios para creer.

Cristo Hombre

El aspecto y el carácter de Jesús

¿Cómo era Jesús? Era como cualquier hombre. No se diferenció de los judíos en aquel tiempo. No vestía de una manera llamativa como los austeros sino un vestido normal. Y si Jesús no le daba interés al vestido, no quiere decir que sea por descuido o falta de virtud. Su figura corporal debió ser atractiva y fascinadora. No tenemos ninguna descripción de su tiempo, pero transparentaba su luz interior en su cuerpo y su rostro. Esa figura debió ser muy atractiva que atraía de manera irresistible a todas las personas de sentimientos sensibles. Tenía lo que hoy se llama carisma, y en sus ojos había algo dominante y arrollador. Su cuerpo parece resistible a la fatiga. En Jesús no hay ni la menor alusión a enfermedad alguna. El hambre y la sed debieron ser frecuentes. Caminaba mucho y a veces recorría toda Judea, Tiro y Sidón. No llevaba nada en el viaje, ni siquiera pan y dinero. Pasó la mayor parte de su vida al aire libre, en contacto con la naturaleza. Su vida estaba llena de trabajo y en ocasiones no tenía tiempo ni para comer porque hasta muy tarde en la noche venían a Él los enfermos. Debió afrontar largas discusiones con los fariseos, luchas peligrosas en tensión continua. Una persona débil, enferma, no hubiera podido resistir. Jamás perdió la serenidad, durmió tranquilo durante la tempestad.

SU ALMA: sus familiares no lo entendían, los fariseos creían que un espíritu maligno obraba en Él, porque la superioridad que manifestaba Jesús no daba otra explicación. Los evangelistas nos hablan con toda claridad la lucidez extraordinaria de su juicio y la inquebrantable firmeza de su voluntad. Es un hombre de carácter, inflexible hacia su fin para realizar la voluntad de su Padre hasta derramar su sangre. Las repetidas veces de esas palabras “yo he venido, yo no he venido”, expresa ese sí y es no a que es consciente e inquebrantable. Sabe muy bien lo que quiere. Jamás vacila ni en sus palabras ni en sus obras y pide a sus discípulos una voluntad firme. No existen en Él las precipitaciones o las indecisiones. Todo su ser es sí o no. Sólo Él puede afirmar con toda verdad ese sí y ese no. Toda su vida y su personalidad son unidad, firmeza, luz y verdad. Transmitía tanta sinceridad y energía que sus propios enemigos les decían: maestro, sabemos que eres veraz y no temes a nadie. Todo lo contrario a la hipocresía.

Su carácter es heróico. El verdadero discípulo debe odiar a su padre...etc, aunque odiar significa aquí poner en segundo lugar. Tiene la fuerza del líder. Bota a los comerciantes del templo sin que nadie pueda resistirsele. Hasta sus discípulos que convivían con Él y fueron llamados por Él amigos tenían un respeto que les ponía distancia entre ellos y Él, hasta muchas veces le tenían miedo y se espantaban. No era uno de tantos ni como los dirigentes, doctores de ley. Tenía consigo todo el poder, y la superioridad de omnipotencia que salía de su persona era tan fuerte que la gente buscaba comparaciones con el Bautista o Elías. Y aunque así, siempre se manifestaba de modo humilde y manso. Su fuerza interior aparece en ocasiones como el ardor de una pasión santa. En estas palabras hay una vida fuerte, lejana a cualquier sentimentalismo blando. Se puede imaginar que el rostro de Él está encendido y las llamas saliendo de sus ojos como cuando bota a los comerciantes del templo. La fuerza y la ira de Jesús contrastan con la dulzura habitual y manifiestan un amor a la verdad y la justicia por encima de cualquier debilidad humana. Cuando se trata de dar testimonio de la verdad desconoce el miedo y la vacilación. Un carácter luchador que en medio de la lucha no pierde la serenidad.
Su impresionante lealtad, su sinceridad austera, el carácter heróico de su personalidad llama la atención. Esta fuerza y verdad es lo que atrae a los discípulos. También su pureza interior y su sinceridad.
¿Cómo trató Jesús con los hombres y las cosas de su tiempo? No se da en Él ninguna tendencia de ser soñador, sino fuertemente racional, cosas que se hacen patente en las discusiones con sus enemigos. Sus respuestas son tan claras que tienen que irse confundidos. Lleva a la religión de las tradicionales y leyes erradas humanas hasta su misma raíz que está en el interior del hombre. Sus parábolas tienen tanta riqueza al describir la vida ordinaria que llegan tanto al intelectual como al no intelectual. Jesús busca ilustrar la mente de los que lo escuchan para renovarlos por dentro, sacándolos de las tinieblas y la ignorancia. Su amor a los hombres no le impide ver sus defectos, más bien los denuncia, pero ese amor lo lleva a perdonar esos pecados. Conoce todas las debilidades del hombre y aplica el remedio según la necesidad fuerte o suave. La compasión es máxima; no se alegra por examinar la miseria humana sino la toma sobre sí, paga por las deudas de los demás, sufre con ellos. Se adapta a las costumbres de todos mientras no ofendan a Dios. Llama hermanos a los más insignificantes. Y hay ocasiones en que su corazón parece tan sensible y dulce como el de una madre con su hijo enfermo, por ejemplo “el hijo pródigo, el buen pastor.” Le conmueve la desgracia. No puede decir no cuando clama el dolor, ni siquiera la tortura de la agonía sobre la cruz le impide decir al buen ladrón las palabras del máximo consuelo.
Su amor a los hombres no tolera excepciones ni preferencias de clases sociales. Admite a los ricos aunque les advierte que su situación para alcanzar el reino de Dios es más difícil que la de los pobres. La pobreza le conmueve por el dolor que experimentan los pobres y por el peligro de perder la paciencia y se revelen contra Dios. Y el peligro es mayor en los ricos que en la abundancia pueden olvidarse de Dios. El hecho de estar en las altas realidades divinas no le impide encargarse de las necesidades pequeñas, cotidianas.

¿Cómo era el rostro de Cristo? Esa pregunta durante siglos era el tormento de lo cristianos y hasta hoy. Sabemos que lo importante no es conocer su rostro sino como dijo Fray Angélico: “quien quiere pintará a Cristo. Sólo tiene un procedimiento: vivir con Cristo”. A los apóstoles les importaba más contar el gozo de la resurrección que pintar los ojos del resucitado. ¿Qué no haríamos para conocer su verdadero rostro? El silencio evangélico es absoluto aquí. ¿Era alto o bajo, catire o moreno, fuerte o débil? Ni una sola respuesta en los evangelios sobre ésto. Puede ser porque en el mundo judío era prohibido cualquier ícono porque se consideraba idolatría. Por eso en Roma, al final del siglo primero, comienzan a aparecer las figuras de Cristo en las catacumbas. Pero esas figuras eran al estilo romano. Y después aparecieron las imágenes orientales que se extendieron por toda la cristiandad. El rostro de Cristo es diferente entre las generaciones pues cada una afirma que se le aparece bajo el aspecto que le es propio. Tal vez esta es la clave: no dejó su rostro en tabla o imagen porque quiso dejarlo en todas las generaciones y todas las almas.

Jesús hombre perfecto

Jesús es un nombre que significa “Dios salva”. En este nombre existe la profecía del salvador que salvará al mundo, pero Jesús para la gente de su época es Jesús entre otro “Jesús de Nazaret”. Lo que nos revela ese nombre es que Él es judío entre judíos. Un hombre conocido lo llaman con mucha sencillez, querido para algunos, misterioso o hombre extraño para otros. Jesús es su nombre humano diario. Nosotros, que no lo conocimos durante su vida sobre la tierra, estamos en peligro de vaporizar su humanidad. Nosotros, los que hemos nacidos en familias cristianas, Jesús es Dios antes de todo, es lo que nos enseñan y aprendemos desde pequeño. Tenemos que esforzarnos para entender que Jesús es un hombre también, hombre perfecto, parecido a nosotros en todos menos en el pecado. San Pablo dice: “siendo la imagen de Dios se rebajó tomando la imagen del servidor”(f:2:6). ¿Rebajó y dejó qué? No su naturaleza divina por supuesto, sino la gloria y la alegría que Él tenía el derecho de disfrutarla y que la poseía en el cielo antes de encarnarse. Si Él no hubiera tomado una humanidad perfecta, no hubiera participado en nuestra miseria, no podría entendernos en nuestras búsquedas, dificultades y esperanzas. Cristo vino para liberar al mundo del pecado. La fuerza ha sido débil para que la debilidad llegue a ser fortaleza. El hombre era incapaz de llegar a Dios, por eso Dios se hizo hombre para llegarle al hombre y para que el hombre pueda llegar a Dios. Cristo ha sido el intermediario entre Dios y el hombre. Si Cristo fuera hombre solamente, el hombre no podría llegar a Dios, y si fuera Dios solamente tampoco hubiera llegado el hombre, por eso se hizo hombre, hombre completo, para que el hombre pueda seguirle y llegar a Dios. Entonces, en este gran misterio, “misterio de la encarnación”, no solamente Jesús nos revela quién es Dios, sino también quién es el hombre. El hombre, que es a la imagen de Dios, tiene que ser durante su vida a la semejanza de Dios. Y porque Jesús es la imagen de Dios hecho hombre perfecto, el hombre tiene que realizar a través de Jesús el hombre perfecto a la perfección. San Pablo dice: “estamos llamados a ser la imagen de Dios” (romanos 8: 29). Y el camino que agarró Cristo y que tenemos que seguir es cumplir la voluntad de Dios, que es la fidelidad de Jesús. Jesús durante toda su vida seguía esa voluntad de Dios. En el comienzo de su vida dice que tenía que ocuparse de las cosas de su Padre y después de la resurrección, les explica a los discípulos que tenían que pasar estas cosas (ejemplo de su madre y hermanos). El cumplimiento de Jesús para esa voluntad es mucho más profunda que los lazos de sangre. No dudó de dejar a su Madre por tres años. La voluntad de su Padre es una corriente mucho más profunda que la de su madre. Esa voluntad es el núcleo en el que Él vive y lo único que le interesa. Entonces, Ser hombre es corresponder al amor gratis de Dios. “Sean perfectos como su Padre celestial es Perfecto”. El Padre hace salir el sol a buenos y malos. El amor de Dios es incondicional y es Ese Amor que se hace la imagen de Dios en Jesús y esa es la perfección que tenemos que seguir e imitar. Jesús es perfecto Dios y perfecto hombre. No dejó de ser Dios para ser hombre, y tampoco menos hombre que nosotros por ser Dios. Cuando queremos descubrir a Jesús comenzamos de Dios hacia el hombre, y vemos dificultades de descubrir un hombre perfecto, mientras la gente de su época tomaron el camino contrario, “conocieron primero al hombre”. En sus manos tienen la identificación de Jesús de Nazaret, nacido en Belén de María, según su estado civil legal de José descendencia de David, su profesión carpintero. Desde pequeño hasta la edad adultez, lo vieron alegre, compasivo, lagrimeando, furioso, entonces, se puede poner furioso sin pecar, pues el sistema nervioso está para estallarse a veces. Y Jesús tenía esa cólera santa que habla de ella el Apocalipsis, que se estalla cuando los derechos de Dios y del hombre han sido pisoteados y cuando lo que hace es terrible. También vieron en Él mucho más que ésto, lo vieron orando. Y pasaba noches en oración. Jesús es un hombre extraordinario que ni siquiera los mayores enemigos de la fe lo niegan.

Jesús es Dios. Todo lo que hace como hombre es entonces hecho de Dios. Pero no hay que creer que su divinidad se aparecía a través de su cuerpo, como lo pintan los dibujantes rodeados de auras de luz y brillo. Ni tampoco los e0vangelios lo pintan así. Sin la fe, sus contemporáneos no veían ante ellos sino a un hombre. Todo un hombre, no un super hombre ni un robot. Jesús nunca se vistió ropas que esconde atrás de ella otra persona, ni tampoco es un muñeco divino que lo mueva el Padre o el Verbo, sino un hombre libre. Para conocerlo necesitaban ojos internos y corazón abierto a Dios, capaz de entender sus movimientos humanos y sus palabras como signos. Y porque los hechos de Jesús son hechos divinos en imagen humana, entonces llevaban en sí una fuerza salvadora divina. Y porque esa imagen divina nos aparece en imagen humana, entonces los hechos de Jesús son hechos secretos, misteriosos (Chilbek). Jesús sabe lo necesario para cumplir su misión. Ha comenzado el reino de Dios y Él es el Mesías, el Hijo de Dios. Y cuando comenzó su vida pública, el primer hecho que hizo era mezclarse con los republicanos y los pecadores. Para Jesús, lo primero después de Dios es el hombre y la ley se convierte para el servicio del hombre. Entonces, Jesús entró en esta vida humana tomando en cuenta sus manchas, sus contradicciones, el pecado, el mal. Sabía las posibilidades del mal y las esperanzas de la conversión. Sabía que torpes eran sus discípulos y no dudó al entregarles la misión. Nunca vio la humanidad como mal incurable, sino estaba seguro que morir por el hombre salvándolo valía la pena. Por eso lo vimos compadeciéndose de la gente, tratando a los pecadores, los enfermos. Y estos gestos no eran gestos hipócritas, ni hechos para ganar a la gente como los políticos, para que después lo sirvieran a Él en el futuro, sino eran gestos puros llenos de amor desinteresado, capaz de transformar el corazón del hombre para llevarle a una nueva vida. Y también sabemos muy bien que estos gestos en aquel tiempo llevaban al rechazo más que a la admiración. Jesús por ser el hombre más puro y santo, no vivió mirando hacia el cielo, olvidando, pisoteando quien está a su lado. Los hechos de Jesús por los pecadores llenan las páginas de los evangelios. Él mismo dijo “no vine para los santos, buenos, sino para los pecadores”, “los sanos no necesitan médico sino los enfermos”. Cristo tuvo compasión por los hombres y padeció con ellos. Aceptó el dolor, el cansancio, la pobreza y tomó el pecado sobre sí mismo. Se preocupó por los que lloran, los que sufren......Y toda su vida era una mezcla entre enfermos y pecadores. La salvación que anunció es universal y no tiene exclusión. “Jesús vino a servir, no a ser servido”. Eso indica a que su amor era del máximo realismo y del total desinterés. Por eso la gente que lo vieron predicando quedaron sorprendidos. Jesús no era para ellos un hombre normal. Los fariseos dijeron que un espíritu maligno obraba en Él. Lo vieron como un loco. Hasta sus familiares y la gente más cercana a Él creyeron que Jesús había perdido el juicio cuando cometió la locura de lanzarse a predicar la salvación. Pero en los evangelios no hay ni un solo dato que pueda decir que Jesús era anormal sino al contrario era un hombre totalmente sano y muy sereno, tanto en alma como en cuerpo. Y sabia todas las tensiones que tenía que pasar con la gente de su época, especialmente los fariseos . Y sin embargo nunca perdió su paz interior, esa paz que transmitía a la gente.

El cuento de la tentación en el comienzo de la vida de Jesús, no es sino la explicación con un escenario trágico de la lucha interna y externa que vivía Jesús entre Él y sí mismo, y entre Él y los demás durante toda su vida. Los Judíos disfrutaban soñar de dominar todas las naciones en la tierra, querían un mundo extraño, fácil; “que sea esa piedra pan”, piden señales del cielo y el maná bajando sobre ellos....etc. La tentación no era un acontecimiento extraño en el comienzo de la vida del Señor, sino una guerra constante diaria contra la facilidad y el amor de lucir, contra un mesianismo falso. Jesús tenía que renovar diariamente esa elección que la tomó en contra de ese huracán para enfrentar los deseos humanos y la avaricia que nacían en la ocasión de su presencia o sus palabras. Jesús no era insentimental al respecto de todas esas tentaciones ofrecidas para Él de todo lado, su naturaleza humana se afectó de todo eso, y eso apareció más de una vez en los evangelios, en especial cuando Jesús se alejaba de un público animado, peligroso, para encontrarse con su Padre en la oración y la soledad. El rechazo a las tentaciones y aceptar el plan de Dios no se cumplen sin lucha verdadera, guerra profunda y desgarro interno trágico.

La oración de Jesús: ¿hay entre Jesús y su Padre una relación filial? ¿Qué es esa relación y cómo la vivió Jesús prácticamente? Jesús es Hijo. O sea: antes de todo, Él ora. Y en el fondo de su vida hasta cuando estaba trabajando entre la gente, quedaba abierto al Dios vivo, su Padre. Lo escucha siempre y vive siempre en estado de glorificación y alabanza. No puede dejar que pasen horas largas sin la unión profunda con su Padre. Porque su Padre es su única fuente. Entre el Padre y el Hijo hay un diálogo profundo. Él es la adoración misma, “la adoración en el Espíritu y la Verdad”.
En el comienzo de su vida pública se bautizó y se fue a orar.
Luego se dirigió al desierto empujado por el Espíritu Santo, para la oración y el ayuno. Se alejaba de la multitud y oraba. En la noche despertaba a orar.
Cada vez que la gente le buscaba con ánimo, se alejaba a sitios casi desiertos y oraba.
Llegó el momento de fundar la Iglesia, Jesús se fue al monte a orar.
Después de la multiplicación de los panes se fue al monte a orar y hubo la transfiguración.
Acercándose la hora de su muerte se va al campo de los olivos y ora con tensión.
Si vemos esas frases pequeñas, nos llaman la atención a la vida interior de Jesús. “Y oraba”. Y esa frase muchas veces se repite indicándonos a una vida de oración larga y constante. Parecía que Jesús se sentía completo cuando se retiraba en soledad para orar. Mucho tiempo y noches en oración que molesta hasta a los lectores de esas lecturas y a la gente que pasa todo su tiempo en movimiento, considerando que eso es oración también. Jesús no pensó eso y no puede hacer porque antes de todo Él es “Hijo”
¿De qué se montaba ese diálogo entre Jesús, el Padre y el Espíritu Santo?
Primero Jesús ora por su misión. (marcos 1: 35—38) Ora por sus discípulos, por la Iglesia novata. (Lucas 22: 31-32) Todos los momentos importantes de Jesús están acompañados de ese diálogo con el Padre. Y toda su vida está llena de júbilo y alabanza…Te alabo Padre....Te doy gracias...Las oraciones de Jesús son muy diferentes a las oraciones humanas. Siempre ora en soledad, aunque para pedir por alguien de sus discípulos se aleja un poco de él y ora. Cuando Jesús ora, sale del círculo humano para entrar en el de su Padre. En toda su vida pública con sus discípulos nunca lo vimos discutiendo decisiones fuertes con ellos. En Jesús había algo íntimo, que ni su madre tenía acceso a él. Solamente su Padre. Y nunca vimos en Jesús oraciones que salen de la miseria humana. Nunca dijo: “Padre perdóname”. Y tampoco pidió algo para Él personalmente.
Finalmente, Jesús ora por nada para nada, ora porque Él es el Hijo. Dice Tertuliano: “nadie es Padre como Dios y nadie es cariñoso como Él”; “nadie es Hijo como Jesús y nadie es cariñoso como Él”.

Las enseñanzas de Jesús: Jesús ha hecho obras que nadie las hizo antes: Consolaba a los afligidos, alentaba a los que sufren, devolvía la esperanza a los miserables. Y como Él se diferenció con sus hechos y milagros, también con sus palabras y enseñanzas que nadie las hizo. Enseñó el perdón y el dar por los demás, el contarse con Dios, y Él era el máximo ejemplo para todas esas virtudes que Él enseñó a los demás, y nunca había contradicción en Él entre sus enseñanzas y su conducta. Fue nombrado el maestro, que ese sobrenombre se daba a los élites diferentes de la gente religiosa. Él presentó enseñanzas simples y fáciles de entender a gente que vivía entre ellos con todas su situaciones y realidades. Habló con ejemplos y cuentos de la realidad de la vida, cumplía sus enseñanzas con hechos y fue el ejemplo más grande frente a ellos. Quiso que cada quien escuche su palabra y la ponga en práctica y dio el ejemplo de la casa sobre la roca. Esas palabras y enseñanzas dichas por Cristo es la ley cristiana. Jesús no presentó una ley escrita sobre piedra, sino puso a través de su enseñanzas la base de la conducta cristiana y el camino que debe seguir el hombre. Jesús no se perdió en teoría y tampoco quiso sembrar el mundo de teorías. Presentó la enseñanza más alta conocida en la vida que le dicen hoy el sermón de la montaña, y este sermón no lleva creencias teológicas sino unas actitudes celestiales, espirituales, puras, para nuestra vida cotidiana. Y quien gozan de esas bienaventuranzas son hijos de Dios, y tienen preferencias exclusivas como: sal de la tierra y luz del mundo.

Las enseñanzas de Jesús eran extrañas para sus oyentes. Porque lo que aprendieron de la ley y los profetas anteriores parece totalmente diferente a las enseñanzas que da Jesús. Hasta no creen que Jesús por esas enseñanzas vino a anular la ley sino a cumplirla, y es lo que aseguró Jesús que no anuló ni tachó lo viejo sino lo cumplió y la ley que fue escrita en piedra ahora será escrita en los corazones. Aseguró que esa ley es inmortal y la palabra de Dios es eterna e incambiable hasta que el cielo y la tierra pasen y su palabra no pasará. Advirtió de la vacilación de esos mandatos hasta la más pequeña, porque toda la palabra de Dios es unidad e inmutable. Y que se debe obedecer no por miedo de castigo sino por amor. Entonces Jesús mostró una verdad importante en sus enseñanzas, que Dios es nuestro Padre todopoderoso y como adorarle con nuestra conducta humana. Pues la obediencia del siervo a su señor es diferente a la obediencia del hijo a su Padre. Y dio muchos ejemplos como: el rico y Lázaro, el siervo fiel, el hijo pródigo, el sembrador, (lucas 15; mateo 13:1—9, lucas 16:19—31). Y todas esas parábolas contienen un universo completo en una vida cotidiana diaria. Sus palabras tenían un poder inmenso que caían como un rayo a la gente y causaban un cambio interno en los corazones. Solamente Jesús puso la semilla del perdón en la mente del hombre… Desde siempre, antes de Jesús, la venganza era la ley seguida por todos como derecho. Jesús la anuló enseñando de no devolver el mal por el mal, sino de romper el ciclo del odio y la venganza por el amor que lleva al perdón. Y la cumbre de la enseñanza de Jesús en el sermón de la montaña, que nadie antes de Jesús había enseñado ni después es: “el amor a los enemigos”, que hasta el día de hoy es muy difícil entenderlo y practicarlo. Y Jesús lo cumplió en la cruz cuando oró por sus enemigos, matones. Y por supuesto el mandato nuevo que da a sus discípulos y a toda la humanidad: “aménse los unos a los otros como yo les he amado”. Ahí pone Jesús una medida para el amor, como Él amó, y Él amó hasta la Cruz. Una medida magnífica para el Amor. Todas las enseñanzas y las declaraciones que dio Jesús eran extrañas y diferentes, que llevan a una vida nueva eterna. Se puede concluir en varios puntos:
Jesús es la declaración de Dios completo: “quien me ve, ve a Dios” (juan 14:9—11).
Jesús es eterno: “antes de que estuviera Abraham, Yo Soy” (8:58).
Es poderoso: “se me dio todo poder en el cielo y la tierra” (mateo 28:18).
Cumple todas nuestras necesidades: “yo soy el pan de vida” (juan 6:35).
Es la luz que deshace nuestra oscuridad: soy la luz del mundo” ( juan 8:12).
Nos da su atención y cuidado: “soy el buen pastor” (juan 10:11).
Nos asegura la Paz eterna y la seguridad: “soy la puerta” (Juan 10:9—10).
Nos promete la vida eterna: “soy la resurrección” (juan 11:25).
Él es el camino hacia a Dios,
El que perdona los pecados,
El que vendrá de nuevo.
Y lo más bello de Jesús es que siempre razonaba sus mandatos. Nunca dio un mandato por capricho sino siempre le daba una razón. Por ejemplo, si nos manda a hacer bien a los demás es porque a nosotros nos gusta que nos traten bien.
Esas enseñanzas son los que lo llevaron a la Cruz.

Muchas personas trataron de deshacerse de Jesús, otros ignorarlo, y otros no estaban listos para enfrentar la fuerza de sus declaraciones y su influencia sobre ellos.
Pero Jesús no dejó escapatoria: no hay en Él: “yo me paro al lado “o no me interesa eso”. Él dijo claramente: “quien no está conmigo, está contra mí” (lucas 11:23).
Hay que confesarnos con Él y entregarle nuestra vida porque la Salvación está por Él solamente. Creer en Él es tener la vida eterna.
Esas enseñanzas llevaron a Jesús hacia la cruz, por el gran malentendido que causaron entre Él y los fariseos, los saduceos.

Jesús frente su muerte: Jesús no fue crucificado obligado sino se fue hacia la Cruz libremente. Y todo lo que hizo fue para cumplir el plan divino. La gente trató de secuestrarlo y hacerlo un rey y el se negó. Jesús no es un mártir que mataron los judíos, y frente a ellos se puso débil, miedoso y fue crucificado como otros mártires que murieron por una causa. Jesús no murió por una causa sino por el hombre. Jesús declaró en su venida que vino para lograr el Reino de Dios. Así habló y enseñó sobre ese reino. Jesús sabía exactamente todo lo que iba a enfrentar de traición, dolor, muerte y resurrección. Y habló a sus discípulos sobre eso con parábolas y ejemplos. (marcos 12:1—12). Y cuando subió a Jerusalén habló a sus discípulos a solas y les explicó o les declaró los acontecimientos que iban a pasar en detalles. No entendieron porque eso era muy difícil de entender. Y luego se dirigió al campo de olivos y comenzó a orar con tensión. Y si Él no hubiera confesado aquí el miedo que tenía diríamos que Él no conocía el miedo pero Él no trató de ocultarlo sino de superarlo y así hizo. Después de horas intensas de tristeza y alteración sudó sangre y ésto está comprobado científicamente. Y lo expresó con ese gritó de dolor cuando dijo: “Padre, si es posible aleja de mí este Cáliz..”. Porque Jesús ama la vida pero no la antepondrá a la Verdad que por ella morirá libremente. No irá a la Cruz como un fanático sino la aceptará con serenidad porque ama la vida. Pero prefiere la de los demás a la suya. Si Jesús fue un poco prudente del sentido natural de la palabra a lo mejor hubiera evitado su muerte pero todas sus palabras fueron gemelas a los hechos. Y toda su vida fue al servicio de esa verdad que es el Amor. Y así siguió el camino de su Padre con plena libertad hacia el fin. Y aquí aparece algo muy distinto y diferente en Cristo. Su plena independencia. Nunca pidió favores y ayuda de los ricos ni siquiera frente al sanedrín cuando una intervención de Nicodemo que le asegura frente la gente del sanedrín la buena conducta de Jesús que puede ser muy favorable para Él. Y ni siquiera ante Pilatos apeló. Esa independencia impresiona a muchos. Desde el principio hasta el fin no quiso deber nada a nadie. ¿Cuál será la clave de esa libertad? Simplemente Jesús es desinteresado. No siente angustia por el futuro de ese reino que predicaba. Jesús dejó todo en la manos de Dios. Sabía como eran sus discípulos y la traición de su máximo elegido y no dudó de dejar en sus manos el futuro de esa misión. Nunca lo vimos diciendo a sus discípulos después de mí hagan eso o tal. Sino de reunirse de vez en cuando en memoria suya para romper el pan y beber el vino. Confió en el Espíritu Santo para definir esa misión. Sabía que lo que amarra la libertad del hombre es el miedo y la preocupación. Él nunca necesitó nada, no tuvo propiedades, no preparó una carrera. Contaba con la única seguridad que es “la confianza de su Padre”. Y con esa confianza superó el miedo y el dolor y la muerte que asumió con plena libertad. “Cumplió su misión”. Esa es la vida ejemplar, la vida de Santidad, porque es el Amor mismo. “Hice todo lo que esperaban de mí”. No quedó para Cristo sino morir. “Ante el Sagrado Corazón, la ley Judía la sobrepasamos y no quedó de ley sino la del Corazón abierto que derrama la Sangre por muchos. Adán, el nuevo que es Jesús, creó la imagen del hombre nuevo: “el hombre nuevo es el hombre por los demás”. “Yo soy cristiano, o sea: soy hombre cumpliendo en mi mismo el ser humano que es el ser para los demás y el ser para Dios”. “Ir al Padre, amar infinitivamente, esa es la muerte y esa es la vida”. A través del tiempo, especialmente en el final del siglo diecinueve y el inicio del siglo veinte, se acusaba a los cristianos de abdicar la tierra y todo lo que tiene por mirar tanto al cielo al reino de Dios. Y dijo Giono: “el cristiano atraviesa el campo de la batalla con una rosa en la mano”. Y Gide fue más duro aún cuando pintó al cristiano que arranca sus ojos voluntariamente para no ver el dolor en el mundo. ¿Jesús enseñó de no tener ante el dolor una respuesta? En la realidad, los hombres han buscado durante toda la vida a un Dios que le ilumina sus vidas a demás de ser Dios. Y el hombre actual podemos decir que tolera a Dios siempre cuando mete la mano en la masa. Pero el Dios de los cristianos no es el Dios de los filósofos, en Cristo metió la mano y toda la existencia en la masa humana. Y si Jesús estaba abierto a su Padre también lo fue a los demás. Por eso el cristiano no es lo que dice Giono y Gide, sino como dice Rey-Mermet y Peguy: el cristiano es quien da la mano, y quien no da la mano no es cristiano e importa un comino lo que puede hacer con su otra mano. Cuando perdió el hombre su relación con Dios en el Génesis, Dios buscó al hombre y le extendió la mano y esa mano tendida se llama Jesús. Jesús es el hermano universal y a la pregunta ¿Quien dicen que soy yo? Podemos responder honestamente como dice Meyer: el hombre para los demás, porque no vivió sólo para sí, sino selló su vida con una muerte por los demás. Jesús no sólo tuvo comprensión de lo que es la humanidad, sino construyó una humanidad nueva y trajo la respuesta a la pregunta humana sobre su destino, no una respuesta teórica sino transformadora. Jesús trajo una vida nueva. El ciego que ve.....etc. Son los signos visibles de esa vida nueva y para dársela al hombre perdió la suya. Nunca vimos a Jesús acaparando momentos para Él o buscando su propia felicidad personal. Entonces Jesús no es el Cristo que anda en el mundo con una rosa en la mano, olvidando a los que sufren y mueren al lado de Él.

Jesús es una persona incomparable: vino de Dios nacido de una mujer virgen. Su nacimiento era un caso que confundió a los sabios. Nadie de los científicos bajo el sol puede entender ese misterio. Tomó una humanidad para salvar al hombre y se hizo hijo del hombre para hacernos hijos de Dios. Vivió pobre, creció desconocido, no tuvo suerte de lograr grandes estudios porque su familia era pobre. Sin embargo, desde su niñez causó pánico en el corazón de un rey, y en su adolescencia sorprendió a los doctores de la ley con sus respuestas. Y cuando se convirtió en joven dominó la naturaleza e hizo milagros. No escribió ningún libro en su vida y con todo ésto, no hay ninguna biblioteca donde puedan caber los libros escritos de Él. Y también con las música, los colegios y las universidades. No estudió medicina y todos los que fueron destrozados por el dolor tuvieron la sanación con Él. No cargó arma ni reclutó soldados y tiene gente más grande que todos los ejércitos. Y muchos dejaron sus armas y lo siguieron sin que Él usara la amenaza o la violencia, sino los venció con su Amor y su Dulzura. Quitó los vestidos de los ricos y se puso ropas humildes. Era rico y por su Amor hacia nosotros se hizo pobre. ¡Y hasta que punto de pobreza llegó! Que nació en una cuna que no la poseía y pasó el lago en un barco que no lo poseía, entró a Jerusalén en un burro que no lo poseía y fue sepultado en un sepulcro que no lo poseía.
No pudo el rey matarlo, ni el mal estorbar su camino, ni la muerte vencerlo. Este es Jesús, el incomparable. Su persona es la maravilla más grande en la historia humana.

Cristo Dios

Nos paramos aquí para hacernos una pregunta fundamental. Y es aquí donde el hombre debe tomar la gran opción: O Jesús era como querían los racionalistas –un hombre magnífico, un genio excepcional, un profeta, pero nada más, o era y es Dios en Persona, el Dios a quien amamos y adoramos. ¿Quién era Jesús y qué decía de sí mismo? ¿Qué conciencia tenía de su personalidad? ¿Cómo se definió con sus palabras y con su modo de vivir y obrar? Sólo Él podía dar la explicación clara y definitiva a la gran pregunta de quién era Jesús. Desde el principio era el Verbo y el Verbo estaba donde Dios y el Verbo era Dios. Cuando el niño aprende a hablar, se entrena con la ayuda de quien le rodea y comienza a dar nombre a cada cosa, y poco a poco puede diferenciar el árbol de la flor, el blanco del azul para llegar a tener para cada cosa un nombre. Y un día aparece un nombre extraño que entra en sus conversaciones, puede ser que lo escuchó de sus padres o en la escuela, que es “el Nombre de Dios”. Un nombre extraño que nada indica a Él, y no puede, mientras busca a su alrededor para conseguir lo que merece ese nombre. La Palabra de Dios ocupa nuestra mente más que cualquier otra palabra en nuestro diccionario, porque no expresa a nada que cae bajo nuestro sentido, y no tiene ningún contenido claro, ni definición clara. Es una palabra misteriosa, un gran punto de interrogación y una pregunta fundamental en el fondo de nuestra vida humana, sea cual sea nuestra cultura o nuestra lengua (Padre Charles Deileit, sacerdote jesuita).
Vemos filósofos y pensadores que se inclinan hacia lo absoluto, y cuando les dices que Dios habló, niegan eso con fuerza porque dicen que Dios es Espíritu, no tiene boca y Él no habla como los humanos. Igualmente, los sentimientos que experimentamos no les convence porque los consideran absolutamente humanos. Por tanto, son o están limitados por las limitaciones del hombre. Mientras, por otro lado, vemos al hombre simple que no tiene sino un poco de estudio, que cree en lo que se le dice y sin embargo, no puede aceptar sino lo que cae bajo su sentido. Desea definir y dar imagen a todo lo que escucha, parecidas a imágenes que las vio en su vida. Entonces, ante eso nos vemos parados en la nada, lo desconocido, lo intangible, lo ilimitado, preguntándonos de ese misterio que todos paramos ante él confundidos. Y porque esa pregunta es fundamental, no hubo ni habrá para esa pregunta una respuesta hecha de un humano limitado; mientras llega su ciencia, su conocimiento, su sabiduría. Y así comienzan a salir las teorías, que algunas anulan a otras y otras las apoyan, pero sin la existencia de soluciones efectivas, y así el resultado llega a ser o huir donde no hay un Dios, o sea: negar, echar esa palabra extraña de nuestra mente, que tiene de preocupaciones lo que le basta y la negación de la existencia a cualquier ser que supera al hombre, y así se auto-corona el hombre a sí mismo dios, tachando de su diccionario la Palabra de Dios; o la adoración a lo inalcanzable, lo invisible, y comienza en su imaginación de una manera u otra, según su ambiente y su personalidad, temores y muchas cosas más, y aparece en la existencia ese dios que no es sino deducción de un hombre confundido, que no supo que hacer sino inventar a un dios que le conviene para convivir con él. Entonces, el primero se llama ateísmo y el segundo idolatría. Que es el caso de un hombre desesperado que se vio a sí mismo limitado, dispuesto a enfrentar lo ilimitado. Entonces, lo vemos al final viviendo en una doblez terrible. Y cuando quiso descifrar el enigma, se perdió en dos caminos que llevan al mismo resultado que es: “el hombre ha sido dios para sí mismo”. ¿Cual es la solución entonces? Lo limitado enfrentado a lo ilimitado. Una fórmula absolutamente desequilibrada y no será equilibrada sin la existencia de un intermediario que Él mismo venga con ese equilibrio deseado por los hombres. El hombre sólo fracasa porque no puede hacer nada -hasta en sus oraciones, si es que ora- y no puede llegar a una solución. Porque, ¿Cómo le vendrá la respuesta si él no define ninguna luz de ese ilimitado? Y que no puede tratarse sino con lo que cae bajo su sentido y lo imagina en su mente y porque la solución no está en las manos del hombre. Entonces, es de lógica que sea en las manos del Creador, el ilimitado, que sólo Él por su Amor puede rebajarse y encarnarse, y con eso abre el Camino al pobre hombre hacia su divinidad. “Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, y través de esa encarnación abre la Puerta ante el hombre para comenzar una relación viva, verdadera, con el Dios, el ilimitado. “Soy la Puerta, quien entra en Mi tendrá la Salvación”. El hombre a través de Jesús puede ver la Gloria de Dios. Entonces, el hombre no entenderá la ilimitación de Dios sino a través de un intermediario que no es sino el Mismo Dios que por su Amor se encarnó para darle al hombre la oportunidad de conocerlo y luego llevarlo al fondo de su ilimitación. Jesús, a través de su encarnación, muerte y resurrección puso a la humanidad entera en las manos de la Santísima Trinidad. “Él es la Palabra de Dios hecho Carne”. Ver Juan 1:1-18. Entonces, enseñó como quien tiene poder no como los Fariseos. ¿Por qué tenía ese poder? Porque por ser la Palabra de Dios habló con la ley escrita en nuestros corazones y conciencias, que el pecado sin embargo la desfiguró pero no la pudo borrar, y también volteó las medidas limitadas y las dirigió hacia lo ilimitado. “Fue dicho...pero yo les digo”, dice Jesús en el sermón de la montaña. La palabra de Dios en el Antiguo Testamento era la relación entre Dios y el hombre. Esa Palabra dicha por la boca del Profeta no es sino la palabra de Dios para descubrir al Mismo Dios y sus Características, y porque es la presencia de Dios. Personalmente, entonces, el Profeta no es quien habla sino el Mismo Dios (Malaquías 1:1-2, Zacarías 1:1-3). Así que no es extraño para nosotros lo que dice Juan en el comienzo de su Evangelio (1:1-18), o sea: esa palabra que fue conocida en el Antiguo Testamento como creadora, vivificante, era de verdad el “Verbo, la Palabra de Dios hecha carne en la Persona de Jesús”. Y Jesús declaró que Él es el Verbo y dijo de Sí Mismo que es la Palabra de Dios enviada al mundo. Y dice: “la Palabra que hablé a ustedes es Espíritu y Vida” (Juan 6:63) y es Palabra eterna. “El cielo y la tierra pasarán y mi Palabra nunca pasará”. Cristo y la Palabra de Cristo son Uno. (Juan 6:68, Mateo 8:8). Entonces, Jesús vino a elevar el nivel de la Palabra de Dios de una relación que amarra al hombre con Dios a través de su obediencia a los Mandatos, al nivel de la unión con Dios a través de la Obediencia del Mismo Cristo por nosotros. Y declaró con claridad que Él es el Hijo de Dios, el revelador de Dios, yo soy, comienzo y fin, camino verdad y vida, el Juez de los vivos y muertos, y el perdonador de los pecados del mundo y que acepta la adoración porque Él es el Dios. Él es quien revela al Dios invisible que atiende a la criatura, sin que ella se diera cuenta, siempre, y que Dios se alegró de crearnos a su imagen y semejanza y que el hombre lleva en sí mismo la imagen perfecta para la humanidad y la divinidad en el mismo tiempo que está escondida en el fondo de nuestra conciencia y corazón. Esa imagen que ha sido desfigurada siempre por nuestro paso en la vida pero no será borrada nunca y siempre será capaz de discernir entre la verdad y la falsedad. Y porque somos limitados no podíamos llegar a Dios. Por eso vino Dios hacia nosotros declarándonos su Amor eterno y declarando también la grandeza de la humanidad, su amplitud y también su debilidad. Entonces, ha sido para nosotros “El Camino la Verdad y la Vida”. El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros y vimos su Gloria.
¿Quién dicen que Soy Yo? “Eres el Mesías, el Hijo de Dios”. Aunque esa era la respuesta de Pedro, la cosa es distinta. Los discípulos no descubrieron a Jesús sino poco a poco. La Presencia Divina, la Resurrección y el Pentecostés fueron necesarios para brillar sobre ellos la Verdad que Jesús es el “Dios”. Nosotros sabemos que Jesús es Dios, pero los discípulos veían ante ellos al Hombre Jesús nada más; sin duda, esperaban un Mesías, pero nadie esperaba que el Mesías fuera “el Mismo Dios”. ¿Cómo llegaron los discípulos a este descubrimiento?
Los milagros: ninguna persona seria niega que Jesús hizo milagros. El error es exagerar sus efectos al público que los vio. La época de Jesús y antes, estaba llena de los milagros, como el mar abriendo…etc. ¿Pero los milagros de Cristo? Tenemos dos observaciones: 1) los milagros de Cristo decepcionaron a muchos, no merecen la atención (ciego que ve....etc). No está mal, pero si los comparamos con los de Moisés, ¿Qué queda de ellos? Y sin embargo, nadie pensó decir que Moisés era Dios. En la multiplicación de los panes la gente se animó, pero pidieron a Jesús que hiciera algo mejor. Frente a los milagros del desierto, parecen los milagros de Jesús débiles. Pueden comprobar a un Mesías novato, nunca a un Dios. 2) Por el contrario, y esa es la segunda observación, lo que incluye a los milagros de Jesús un peso extraño, es por ser milagros personales. En el Antiguo Testamento el profeta no era sino una manera para predicar lo que hará Dios, mientras los milagros de Jesús son “una Palabra” de su boca, “un movimiento” de su mano, sin el regreso a Dios. Lo que impactó a la gente, y nunca había pasado antes, es: “ese poder personal”. Estos son los milagros de Cristo, no porque son extraordinarios (Jesús odiaba las propagandas), sino porque el mérito no regresa sino a Él. Lo que impactó a la gente que creían en los milagros que son hechos de Dios, sólo es: “ese poder personal”. Por eso, todos sus milagros causaron preguntas: ¿Quién es ese? No estamos en un estudio teológico, pero parece que hay una fuerza que habita en Él. Hay dos milagros claves donde Jesús aparece como creador y vivificante, los cuales son: “el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro”. Explicar....
El perdón de los pecados: Por primera vez escucha el paralítico esa palabra: “tus pecados están perdonados”. Para nosotros el perdón es natural, pero en el tiempo de Cristo nadie había escuchado esa palabra, porque consideraban que el pecado es una ofensa a Dios y solo Él puede perdonarlo. ¡Y que fácil decir tus pecados están perdonados! Y ¿Quién puede averiguarlo? Pero lo difícil es decir: “levántate y camina”, y para saber que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar los pecados. Y así comienzan los milagros a tener gran importancia, como una señal que Dios está de acuerdo. ¿Se dieron cuenta los discípulos que Jesús se dio a sí mismo el poder de Dios?
Jesús es el Hijo del Hombre: Jesús parece tener un amor especial a ese título que casi siempre usa para denominarse a sí mismo. “Hijo del hombre” significa: “miembro de la raza humana”. Pero en el libro de Daniel es quien viene de la nubes a juzgar en el fin de los tiempos. Ese sobrenombre aparece más de 80 veces en los textos bíblicos y ni una sola vez es usado por amigos o enemigos de Jesús, ni tampoco en los comentarios de los evangelistas, sino siempre y solamente en los labios del mismo Jesús. ¿Por qué razón Jesús prefirió esta denominación? Según “Obersteiner”, llama la atención sobre el carácter de Jesús, descubre su carácter mesiánico, pero no se presta a interpretaciones politizadas. Señala por un lado, la total pertenencia de Cristo a la raza humana y por otro lado, abre pistas para juzgar su tarea mesiánica. Solamente ante el sanedrín, antes de su muerte, Jesús anuncia la totalidad del significado, al hablar del “hijo del hombre” que vendrá a juzgar a los hombres (mateo 26: 69).
Jesús el siervo de Yahvé: a parte de las visiones triunfales del Mesías que nos transmite el Antiguo Testamento, vemos en los capítulos 42 al 53 del libro de Isaías la otra cara de la moneda, que nos describen a un siervo de Yavé que resume los ideales del futuro pero a través de la muerte. Y no sólo como “cordero que muere por su pueblo sino en lugar de su pueblo. Y Jesús tiene siempre presente esa figura en su vida y Él dijo a sus discípulos que tenía que morir y resucitar al tercer día. Así Jesús, uniendo los dos títulos “hijo del hombre y el siervo de Yavé”, demuestra lo sustancial de su misión, sin peligro de confusión. Abre la puerta de su misterio a sus oyentes, que les lleva a la verdad total.
Jesús es el Señor de la ley: Jesús se pone a Sí mismo muchas veces “el Señor de la ley” de Moisés, que es la ley de Dios. El libro de Levitas había exagerado mucho la ley de pureza e impureza ....etc, y eso en el Nombre de Dios. Vino Jesús y volteó todo de un solo golpe diciendo: “lo que impurifica al hombre no es lo que entra en su boca sino lo que sale de su corazón”. En el Sermón de la montaña, Jesús dice 6 veces: “fue dicho pero yo lo digo”. Algo extraño, poniéndose a Sí mismo el Señor de la Ley de Divina, para la Palabra de Dios. Jesús se declara superior a la ley, y cuando la corrige, ni siquiera apela a los poderes especiales sino lo hace como en virtud de su derecho propio. Nunca usa las palabras que decían los profetas sino al contrario, por su cuenta propia y autoridad: “pero yo lo digo”. Jesús se presenta como superior a las dos instituciones más altas y venerables de la sociedad judía de su época: “el templo y el Sábado”. Presenta su Cuerpo como el mismo templo y también se presenta como el Señor del Sábado. Jesús se presenta a sí mismo en el centro de su propio mensaje. Se presenta a sí mismo como el comienzo y la plenitud del reino que anuncia. Él es la viña y los demás son los sarmientos y éstos vivirán a medida que estén unidos a Él. Por eso, pide adhesión sin reservas a su persona. Jamás un hombre se ha atrevido a exigir una tal adhesión y entrega a su persona como una obligación de la humanidad entera. Jesús tenía conciencia de ser mucho más que un hombre, y que un súper hombre. Obraba como sólo puede obrar, que se siente y se sabe uno con Dios. Entonces, o está blasfemando, o loco, o Dios. “Jesús no es loco ni blasfemador”. “Eres el Hijo de Dios”, dice Pedro.
Jesús es el maestro y el Profeta: el primer título que sus contemporáneos dan a Jesús es: “el Maestro”. Así lo bautizan las personas que se quedan admiradas de su enseñanza. Y Jesús acepta siempre con normalidad ese título que usa Él mismo en su predicación. Cuando manda a sus discípulos a preparar la cena de pascua, les ordena que digan al hombre: el Maestro dice (mateo 26: 18). Sólo en una ocasión trata de quitar a esa palabra todo lo que puede traer orgullo. Los fariseos gustan que le llaman rabí por los hombres, pero ustedes no tienen sino un solo maestro y todos son hermanos. El mismo pueblo comprende pronto que el título de Maestro es insuficiente para Jesús. No sólo enseña con autoridad sino también acompaña sus enseñanzas con “signos” extraordinarios, y dicen: “un gran profeta ha salido de entre nosotros”. La función del profeta era preparar el pueblo de Israel y el mundo para la venida del Reino de Dios, y vieron a Jesús armado de una autoridad inigualable; su llamada a la conversión es definitiva, exige una decisión definitiva. Su enseñanza tiene un carácter absoluto que no tenían los antiguos profetas. Cuando Jesús toma la palabra se trata de la última, la última ocasión para la Salvación ofrecida a los hombres, porque su palabra es la única que indica con claridad la llegada del reino de Dios. ¿Aceptó Jesús ese título que le daba la gente? Parece que sí, pero sin ninguna precisión (marcos 13: 57). Él tiene la misma misión de los profetas de enseñar y transmitir la palabra divina, pero el modo de realizar su misión es distinto. Él habla con su propio Nombre. Jesús está por encima de los doctores de la ley misma.
Jesús es el Señor: Ese sobrenombre “Maestro o Señor”, que le dio la gente y especialmente sus discípulos, lleva algo de cariño, respeto y amor, mezclado con algo de fe en Cristo y en especial después de la resurrección. El Antiguo Testamento nos enseña que la palabra Señor no es solamente un sobrenombre mesiánico, sino es el nombre de Dios, y porque el nombre de Dios era muy respetuoso, dejaron de pronunciarlo y donde fue escrito el nombre de “Yavé” pronunciaban “el señor”. Y antes de Cristo, de dos o tres siglos, los alejandrinos que tradujeron la “Tórah” hebrea al idioma griego, tradujeron la palabra “Yavé” por “Kirios”, o sea: “ el señor”. Y así ha sido el nombre de Dios. Jesús es el “Señor”, o sea: es “Yavé”, nada más, nada menos. Dice San Pablo: si declaras que Jesús es el Señor, tendrás la Salvación (romanos 10: 9). Jesús, el resucitado de la muerte, es el Señor de la tierra y de todos los habitantes del universo visible e invisible, es el Señor total.
Podemos reconocer prácticamente y sin atención que Jesús es nuestro Señor entre otros, pero Jesús no es uno de nuestros señores y ni quiere serlo, y tampoco hasta el primero de ellos. “Él es el Único Señor”. Antes había muchos señores en el mundo visible e imaginario y los grandes y pequeños, malos y buenos, cada quien hacía un sacrificio según sus miedos, deseos y fe. Eso en realidad no cambió mucho, porque hoy en nuestro días tenemos los dioses del teatro, modas, practicamos la adoración del dinero y sus dueños, el poder y quien lo tiene....etc. El cristiano puede ver la rectitud de su fe en Jesucristo como “Dios Único”, comenzando desde su sentimiento hacia esas cosas que está creciendo mucho en nuestra sociedad humana. El cristiano da con mucho gusto al César lo que es del César, como quien respeta a cada persona, pero queda totalmente libre de no seguir sino a Jesucristo. “Que se cuide la Iglesia de no bendecir los dioses de ese mundo y en especial de no llegar la Iglesia a ser uno de ellos”. “Jesús sólo es el Señor”. Pero, ¿sobre qué nivel está esa soberanía para hacerlo nuestro Señor? 1) al nivel de nuestra creación: Él es nuestro Único Señor, exactamente como nuestro Padre Único “Dios”. Él es la fuente de nuestro ser y nuestra vida terrenal y eterna, humana y divina. 2) Él es el Señor de la historia humana, Él es “Alfa y Omega”, “Primero y Último”, el Comienzo y el Fin. Él es el Señor de nuestra gran historia, “la Salvación” y de nuestra pequeña historia personal donde su Amor no nos deja nunca.
Él es la Cabeza de toda soberanía: Jesús es el Señor total del cielo, la tierra y el infierno; los domina para siempre con la fuerza de su resurrección. Igualmente, el mundo de los ángeles, de la gente y de los demonios, y de los planetas universales. Él sólo da a todo su significado y Él domina a todos para ponerlos en la mano de su Padre hasta que las cosas resistan. “Él es la Cabeza de toda soberanía y poder”, pero ese todo no lo nombra San Pablo “el Cuerpo de Cristo”. Jesús para su Iglesia es la Luz para la mente, Amor para los corazones, Alegría para la Vida. El poder, que lo usa Jesús para su cuerpo “la Iglesia”, es distinto a lo que usa en el universo para dominarlo, y a la fuerza contraria para destruirla. Ahí se aplica a nivel de relaciones personales, es dominio de cariño y de dar hasta el sacrificio por parte de Cristo y por parte de la Iglesia, es aceptar el hecho de Dios y obedecer su Voluntad y llegar a ser de verdad su imagen. Ese no se aplica al universo ni a las fuerzas contrarias que obedecen obligatoriamente a su Señor.
Jesús es el Hijo de Dios: El Hijo es una Persona divina eterna que no tiene comienzo ni fin, como vemos claramente en la Biblia. Pero antes de todo tenemos que alejar de nuestra mente la idea del nacimiento; el hijo no es nacido de Dios en el principio, ni nacimiento espiritual ni tampoco natural como existe en algunas religiones paganas, donde hay dioses y diosas e hijos de dioses que también son dioses. Es lo que el cristianismo niega por completo y está muy alto de todos esos pensamientos, porque es totalmente diferente en su adoración. “Adoramos a Dios con Espíritu”. La segunda persona divina, “el Hijo”, es el declarador de Dios que nadie puede aclararlo sino Él.“Dios nadie lo vio, sólo el Hijo único que está en Dios, o sea: “el objetivo de su Amor, el Hijo de su amor”. Él lo aclaró. A Dios que no se podía ver, ha sido posible para nosotros verlo y conocerlo en el “Hijo”. Dios apareció en cuerpo. Por eso, Jesús dice a Felipe: “Quien me ve, ve al Padre” (Juan 14: 9-11). Sobre la filiación del Hijo habló el libro sagrado en el Antiguo Testamento y la primera declaración la vemos en el Salmo 2 donde dice: “Tu eres mi Hijo”, y los judíos sabían muy bien que la filiación significa la igualdad a Dios. Por eso querían matar a Jesús, porque dijo que Dios es su Padre, igualándose a sí mismo a Dios (Juan 5:18), y la pregunta de Caifás. Entonces, el Nombre “Hijo” en la Biblia apareció 40 veces y la palabra “Hijo único”, 5 veces en el Evangelio de Juan y su primera carta, y dice Juan, declarando la igualdad del Hijo al Padre: “quien niega al Hijo no tiene al Padre” (1Juan 2:23). Y Dios dice en el salmo 2: “Eres mi Hijo”, o sea: Eterno sin creación ni nacimiento y luego dice: “hoy te engendré” y eso en la encarnación, nacido de la virgen María. Y por decir: “eres mi Hijo”, antes de decir: “y hoy te engendré”, eso indica su existencia eterna desde el principio antes de la encarnación. Entonces para Cristo hay dos filiaciones: la eterna, que hablamos y su filiación en el tiempo de su nacimiento de la virgen María, donde el Ángel le dice: “el nacido de ti se llama Hijo del Altísimo, y esa filiación se diferencia de la de todos los humanos hasta de los ángeles, a Dios como sus criaturas, y también de la filiación de los creyentes espiritualmente. ¿Cómo expresa Jesús esa unión con Dios? No podemos esperar lógicamente que lo haga con conceptos filosóficos. Por eso, Él dice siempre: “mi Padre”, en distinción de “Su Padre”, que usa cuando habla de los discípulos. Nunca Jesús habla de “nuestro Padre”, refiriéndose a Él y a los discípulos. Él diferencia la Paternidad que tiene Dios con Él y que su filiación es distinta de la de los demás. Entonces, la filiación del Hijo para el Padre indica: 1) al Amor eterno distinto, 2) a la unión divina, 3) a la igualdad de Dios, 4) a la unión en la divinidad: “mi Padre y Yo somos una misma cosa” y 5) que esa unión es muy misteriosa: “nadie conoce al Hijo sino el Padre”. Es lo que proclama y por decirlo morirá, y no será por un sueño.
Jesús es el Mesías: Mesías es quien acepta la unción en aceite, pero la verdadera unción no es una unción simple ritual sino la “Divinidad”. Cuando apareció Jesús, Israel esperaba un Mesías; y si lo esperaba, ¿Por qué lo crucificaron? Eso, porque entre Jesús e Israel había un gran mal entendido sobre el Reino de Dios y la misión del Hijo de David. La mentalidad que dominaba entre los contemporáneos de Jesús era: una mezcla perfecta de lo religioso y lo político, de la piedad y el nacionalismo. Todo menos la posibilidad de un Mesías que predique un reino que no es de este mundo y que salve al pueblo no con una espada sino con su propia muerte. Jesús tenía conciencia de su mesianismo y no sólo al final de su vida sino desde el primer momento de su vida, y en su primera presentación en la sinagoga de Nazaret se atribuye con absoluta naturalidad el texto mesiánico de Isaías (lucas 4:18) y cuando los enviados del Bautista le preguntan si es Él “el que ha de venir”, responde sin rodeos que en Él se están cumpliendo los signos mesiánicos. Y cuando Pedro responde: “tú eres el Mesías”, Jesús felicita a Pedro por haber recibido del Padre ésta revelación y ordena a Pedro y los demás que no dijeran esto a nadie. Y cada vez que los aprovechadores de sus milagros gritaban: “eres el Mesías”, los obligaba a callarse. En casi 11 ocasiones vemos que Cristo pide a sus discípulos que no divulguen sus signos mesiánicos y que no cuenten a nadie lo que vieron. Es lo que se ha llamado “el secreto mesiánico”. ¿Pero por qué? La mentalidad judía estaba muy lejos de esperar del Mesías “un consuelo para Israel”, como esperaba Simón, el anciano, sino al contrario, ellos se han amarrado a la idea mesiánica en la tierra; esperaban un libertador político, una revolución social limitada a ellos. El mesianismo estaba amarrado en el papel del hijo de David militar para la gloria de Jerusalén terrenal. Pero hacer este papel y quitar el dominio de los romanos era lo último que pensaba Jesús, eso era suficiente para hacerle enemigo del César, y Pilatos lo hubiera matado antes de su hora. La misión de Jesús era mucho más importante para ponerla en peligro, y mucho más importante de hacer una liberación terrenal limitada en el tiempo, y mucho más importante aún de confundir a la gente de que se amarre a él “el objetivo de la Salvación”. Su rechazo de caminar en esta revolución, pequeña y limitada, causó la retirada de la gente después del gran ánimo de la multiplicación de los panes, y también causó la separación entre Él y los “Doce”. Pedro había declarado que Él es el Mesías, pero Pedro y los demás pensaban en un Mesías libertador, no en un Mesías adolorido; pensaban en un Mesías Rey sobre Israel y comenzaron a distribuir los cargos. Por eso, después que Jesús los ordenó de mantener su Mesianismo en secreto, comenzó a explicarles que el “Hijo del hombre” debía sufrir y ser odiado y matado, y en seguida les dijo: “quien quiera seguirme que carga su Cruz”. Sin duda, se echó para atrás Judas: “no podemos esperar algo de un Mesías que ama el dolor”. Las principales razones por las que Jesús quería mantener en secreto su Mesianismo son: 1) que Jesús quería evitar una falsa interpretación de su Doctrina, ante una muchedumbre que espera con expectativa, mezclada con auténticos elementos Bíblicos y consideraciones políticas o militares menos puras. Jesús evita que su Doctrina sea ocasión de entusiasmo que falsea su verdadero significado.2) La otra razón más profunda es que: hay acontecimientos que deben producirse únicamente en la hora y según el orden prefijado por el Padre, y la revelación total depende de esos acontecimientos decisivos: “la Muerte y la Resurrección de Jesús”. Entusiasmar a la gente y presentarle un Mesías que no fuera el muerto y crucificado, falsearía la revelación de los Misterios de Dios. 3) La tercera que se puede incluir hoy es que: la experiencia nos demuestra que existe la tendencia a politizar el mensaje de Jesús. Hoy el mundo está lleno de dos cristos: “ cristos de derechas” y cristos de “izquierdas”; es una tentación permanente de la humanidad, que parece destinada a pasarse los siglos entre cristo-emperador, que protege el orden y cristo-guerrillero, que lo revoluciona. No era infundado, evidentemente, el temor de Jesús.
Jesús es el Primogénito de toda criatura: “Dios es Amor” y no puede dar menos de Sí Mismo en su criatura. No puede dar sino lo mejor de Él, “ Su Divinidad”, y todo lo que tiene “Su Hijo”. La intención de Dios Padre es crear muchos seres, y les da a Sí mismo con Amor, para hacerles partícipes en todo como participa su Hijo Amado. Y nosotros por Él, en Él y con Él llegamos a ser partícipes en la Naturaleza Divina.
Lo que diferencia a Jesús: la gente a través de las épocas se dividieron frente a la pregunta, ¿quién es Jesús? ¿Por qué tanto desacuerdo sobre una persona? ¿Por qué su nombre causa, más que cualquier otro nombre, una molestia y a veces rabia o furia? ¿Por qué cuando se habla de Dios nadie se molesta mientras cuando se menciona el Nombre de Jesús se cierran las conversaciones o se toma una posición de defensa? Preguntan a cualquier persona sobre Jesús y la mayoría les responden: no me gusta hablar de religión, especialmente de Jesús. ¿Por qué se diferencia Jesús de otros líderes religiosos? ¿Por qué la gente no se molesta por nombrar a Buda o Confusio o cualquiera? El motivo es fácil. Es porque nadie de esas personas dijo que es Dios. Es lo que dijo Jesús de sí mismo, lo que lo diferencia de otros líderes religiosos. Después de un tiempo se dio cuenta la gente que Jesús hablaba cosas extraordinarias de sí mismo y que sus enseñanzas y sus dichos hacen de Él más que un Profeta o Maestro, y que tampoco había dudas de que Él tomara por sí la divinidad, y que hiciera de sí mismo el único camino para lograr la unión con Dios, y la única fuente para lograr el Perdón y la Salvación. Todas las religiones describen a Dios que es Espíritu ilimitado, creador de todas las cosas y que es una persona divina, y los cristianos dicen que ese Dios se hizo carne en Jesúcristo, porque el Nuevo Testamento nos presenta a Jesús como Dios y con toda claridad, y los dichos y los nombres que dieron a Jesús no pueden darse sino a Dios. Cuando Jesús preguntó a Pedro quién soy yo, y éste le respondió, no le corrigió la respuesta sino reconoció la verdad de la respuesta y su fuente (mateo 16: 17). Algunos dicen que todas las palabras que indican la divinidad de Jesús están dichas por otras personas y no directamente por Jesús, o dicen: a lo mejor mal interpretaron las palabras de Jesús y Él nunca dijo que Él es Dios. Un estudioso hizo una lectura profunda a la Biblia para asegurarse si Jesús dijo que es Dios de sí mismo y en su conclusión dijo: cada persona lee los Evangelios sin llegar a la conclusión que Jesús es Dios, se parece a la persona que está parada a medio día viendo el cielo y dice que no hay sol y así él y el ciego serán igualitos. Y vemos en el Evangelio de Juan como los Judíos entendieron las palabras de Jesús hace dos mil años (Juan 5:16—18, y 10:31—33). Y lo acusaron de la blasfemia y querían echarle piedras. Y cuando Jesús perdonó el pecado del paralítico y le sanó, la gente se quejó diciendo: ¿quién puede perdonar el pecado sino Dios? Y es correcto. Y Jesús ahí demostró su divinidad. Por eso hubo esa reacción fuerte por parte de los judíos, porque nadie puede perdonar el pecado sino la persona que fue ofendida; ella solamente tiene el derecho de perdonar a quien comete con ella esa falta o pecado. Por eso el paralítico pecó contra Dios y contra Jesús, y Jesús con su poder propio le dijo: “tus pecados están perdonados”. Nosotros no podemos perdonar los pecados dirigidos hacia Dios sino solamente Dios, y es lo que hizo Jesús. Por eso los judíos reaccionaron de una manera fuerte escuchando a un hombre carpintero de Nazaret diciendo esa clase de palabras fuertes, que solamente pertenecen a Dios. Y otra cosa importante también es sobre el juicio de Jesús. Al principio Jesús no respondió a Caifás, pero cuando éste lo puso bajo el juramento y le preguntó: ¿Eres el Mesias, hijo del Bendito? Respondió Jesús: YO SOY. Y de la respuesta de Cristo aparece que Él es: 1-el Hijo del Bendito, 2- la persona que se sienta a la derecha del Padre 3- y quien vendrá en la nube a juzgar vivos y muertos. Y esas tres confirmaciones aseguraban que Él es el Mesias esperado y eso es lo que entendieron los judíos y lo consideraron blasfemias y lo juzgaron. Dice Robert Anderson: no hay mejor confirmación sino quien la da, los enemigos de Jesús; ellos confirmaron sus palabras y dichos sobre la divinidad, y los judíos no eran gente bruta sino gente intelectual a gran escala de religiosidad. Estaban ante dos opciones: o Jesús es Dios o es blasfemador, y optaron por la segunda y así lo juzgaron. Dice un abogado que se llama Irwin Linton: ese juicio es anormal y extraño entre los juicios de los criminales, donde el caso no es los hechos del acusador sino su identidad. Las acusaciones contra Jesús, confirmándolas Él mismo y las letras puestas sobre la Cruz, indican que el caso era sobre la verdadera identidad de Jesús. Y es lo que dice el juez famoso Ginor también e incluye así que Jesús se hizo de sí mismo Dios y por eso lo juzgaron. Y el juicio de Jesús es una prueba suficiente ya que Él reconoció su divinidad y sus enemigos reconocieron eso el día de su crucifixión, que Él dijo que es Dios, vino en cuerpo humano, y sus jueces y los jefes sacerdotes reconocieron eso también, por eso le dijeron (mateo 27:41-43).
¿Qué hay de la ciencia? Muchos evitan cualquier clase de consagración personal para Cristo porque se sienten identificados con la teoría que dice: si no puedes comprobar alguna cosa científicamente, entonces, es incorrecta o inaceptable. Y otros dicen: no hablemos de Jesús mientras no haya pruebas o parece que todas las cosas son cuestiones de fe, o sea: se refieren a una fe ciega. O no se puede comprobar científicamente. La mentalidad humana ha bajado a un nivel terrible que llegamos a convencernos que mientras las cosas no se pueden comprobar científicamente, entonces no puede ser correcto, y así tendremos un gran problema porque no podremos comprobar nada sobre una persona o un acontecimiento que pasó en la historia. Si la manera científica es la única que comprueba las cosas, entonces nunca podrás comprobar que hoy fuiste al colegio. Pero hay lo que se llama la prueba histórica legal, que se monta para aparecer las cosas de manera que no tenga ninguna duda y eso se monta sobre tres tipos de testimonios: 1) testimonio vocal, 2) testimonio escrito y 3) las pruebas materiales. Cuando la gente quiere llegar al caso a través de la manera histórica legal se necesitan examinar los documentos que están en sus manos de manera correcta. La fe cristiana no es una fe ciega ignorante, sino una fe inteligente. Jesús dice: “y conocen la Verdad”. Dios nos dio una mente, que la renovó el Espíritu Santo, para poder conocer a Dios y un corazón para amarlo y una voluntad para escogerlo, y tenemos que obrar o trabajar entre estas tres cosas para lograr una relación perfecta con Dios y para glorificarlo. Dios creó mi mente y mi corazón para trabajar juntos en armonía.
¿Jesús es un Dios o un mentiroso o un loco?

Las palabras claras de Jesús no dejan ningún espacio para quienes dicen que Jesús es un hombre moralista, el más grande que conoció la historia, o un profeta, o un filósofo que dio enseñanza muy profunda.
Dice Luis C. el profesor de filosofía en la universidad Cambridge: “trato de prohibir a cualquier persona de repetir ese dicho estúpido que escuchamos muchas veces que dice: soy capaz de aceptar a Jesús como Maestro, grande moralista, pero no como Dios”. Es la única cosa que no tenemos que decir porque un ser humano que dijo lo que dijo Jesús no puede ser un Maestro moralista; puede decir que es un ser estúpido y escupir en su cara o arrodillarse ante su pies, diciendo: “Señor mío y Dios mío”. Jesús declaró que Él es Dios. Y no dejó ningún espacio para otra elección. Sus declaraciones pueden ser o correctas o erradas. Por eso hay que tomar esas palabras muy en serio.

Suponemos que las declaraciones de Jesús, de que Él era Dios, era mentira. Y si Él era mentiroso, entonces estamos frente a dos elecciones: o Él sabía que era mentiroso o Él no sabía que era mentiroso. Y es lo que vamos a ver:

¿Era mentiroso? Si Jesús sabía que Él no era Dios, como decía, entonces mentía a propósito para engañar a sus seguidores. Y si era mentiroso, eso significa que era falso porque pidió a los demás que sean rectos, fieles, pase lo que pase. Mientras que Él dio una gran mentira y la vivió. Más bien era malvado porque pidió a los demás que creyeran en Él para asegurar sus destinos eternos y obtener la vida eterna. Entonces, si era incapaz de confirmar sus declaraciones y Él sabía eso, entonces era malvado hasta el máximo, y también tenía que ser un estúpido porque sus declaraciones de que Él es Dios lo llevó a la Cruz.

Muchos dirán que Jesús era un Maestro moralista, grande y bueno pero seamos realistas. ¿Cómo puede ser un Maestro moralista, grande, bueno y quiso confundir a la gente en un punto muy importante de sus enseñanzas que es: su identidad?
Dice Wiliam Liki, que era uno de los más grandes historiadores británicos: “el cristianismo solamente presentó al mundo una persona ejemplar que transformó los corazones de la gente con el Amor, mientras todos los cambios que pasaron durante los siglos, y demostró un poder de tratarse con todas las naciones y las épocas, y los tres años que pasó Jesús enseñaron y educaron al mundo mucho más que cualquier filósofo y todos los consejos de los grandes moralistas”. Y también dice el historiador Felipe chef: “si el testimonio no es correcto, entonces debe ser una blasfemia o locura y eso es incorrecto, porque no queda nada de blasfemia y locura frente a la pureza espiritual y celestial de Jesús, que aparecen en cada palabra y hecho. ¿Cómo puede para una persona animada, loca, no perder su equilibrio mental, aunque por una sola vez y puede andar sobre el mar de los problemas y las persecuciones con plena serenidad y responder a las preguntas más complicadas con las respuestas más sabias, y además profetiza su muerte sobre la Cruz y su resurrección en el tercer día y la venida del Espíritu Santo y la destrucción de Jerusalén y eso se cumplió exactamente? Una persona como ésta, a tal nivel de perfección y humanidad, no puede ser una persona engañadora o una ilusión.

Si Jesús quería que la gente lo siguiera y creer en Él como Dios, ¿Por qué se dirigió al pueblo judío? ¿Por qué se va a un pueblo pequeño de espacio y habitantes, que creen firmemente en la unidad de Dios y que no se acepta la división? ¿Por qué no se fue a Egipto o a Grecia, donde la gente allá si creían en dioses distintos que tienen varias caras y modos? No puede, para una persona que vivió como vivió Jesús y enseñó como enseñó Jesús, y murió como murió Jesús, que sea mentirosa.

¿Entonces era loco? ¿Si no había la posibilidad de que sea mentiroso, no puede ser que Él creó de verdad que era Dios y estaba equivocado en su creencia? Es muy posible que el ser sea fiel y errado en el mismo tiempo, pero una persona que cree que es Dios en una civilización, que cree en la unidad de Dios y decirle que su destino eterno depende de la fe en Él, no es simplemente un pequeño error, sino son pensamientos de una persona completamente loca. ¿Era Jesús esa persona loca?
Una persona que cree que es Dios se parece en nuestra época a una persona que cree que es Simón Bolívar, y esa persona está engañada, se confunde a sí misma y al final tiene que estar en un hospital de locos para no lastimarse a él mismo o a los demás. Mientras que no vemos en Jesús actitudes o desequilibrios, que normalmente acompañan a los locos. Más bien, la serenidad, la fortaleza y el equilibrio que vemos en Jesús son muy extraordinarios, si de verdad era loco. Es muy difícil imaginar sobre lo que sabemos de Jesús, que Él sea débil mental, porque estamos frente a una persona que habló de las más profundas palabras y enseñanzas que fueron escritas y que liberaron a muchas personas internamente. ¿Y Si Él era una persona que imaginaba cosas, engañado, enfermo con la locura de la grandeza, confundidor sin atención? La profundidad de su enseñanza y la manera experta que fue presentada no indica sino a una mente serena, completa y perfecta. Dice un psiquiatra, que se llama Fisher: si agarramos todos los documentos que escribieron los psiquiatras, psicólogos y científicos sobre la salud mental y lo arreglamos de la manera más pura, queda una conclusión demasiada fea e incompleta frente el sermón de Jesús en el monte. Si la comparamos, la diferencia es demasiada grande. Los cristianos, a través de dos mil años, llevaron en sus manos la solución perfecta y la respuesta sanadora para todos los anhelos y preocupaciones del mundo. En el sermón de la montaña vemos el plan exitoso y perfecto para la vida humana, mezclado en optimismo y salud mental.

Hay demasiada dificultad histórica de dar explicaciones, más fácil de la explicación cristiana para la vida de Jesús y su enseñanza y su influencia. No se puede explicar todo ésto o dar una explicación conveniente sino si Él mismo era el Dios perfecto. Por eso nuestra conclusión o nuestra decisión sobre la identidad de Jesús no puede ser una cuestión insignificante. No puedes decir que Él es un Maestro moralista, grande y poner a un lado, o decir que Él es un mentiroso o un loco, o el Señor Dios. Y debes escoger una de éstas. Mientras hay gente que niegan eso porque no quieren enfrentar las responsabilidades que les exige la fe en Jesús como Dios.

¿Quien muere por una mentira? Hay una parte muy importante que ocupa a los que critican el cristianismo y es: “el cambio sorpresivo que hubo en la vida de los discípulos de Jesús; sus vidas cambiadas nos dan un testimonio muy firme. Y porque la fe cristiana es histórica, entonces tenemos que averiguar su rectitud y montarnos sobre el testimonio escrito y vocal porque el testimonio debe ser confiable sino será una confusión para quien lo escucha. Dentro del cristianismo hay parte que abarca el conocimiento para el pasado, montado sobre el testimonio. Por eso tenemos que preguntarnos: ¿Los testimonios orales, dichos de Jesús, son confiables? ¿Podemos fundarnos sobre ellos, confiando que expresan de manera recta todo lo que dijo e hizo Jesús? Claro que sí. Podemos confiar del testimonio de los discípulos porque 11 de 12 murieron mártires y sobre dos acontecimientos que son: La resurrección y la fe en Jesús Dios. Algunos pueden decir: muchos murieron por una mentira ¿Quién confirma eso? Sí, muchos murieron por una mentira pero creyeron que era verdad. Supongámonos que la resurrección no fue real. Seguro los discípulos hubieran sabido porque no hay ninguna manera que confirma la posibilidad de su caída como víctimas del engaño. Entonces esas 11 personas no murieron por una mentira solamente, sino supieron que era mentira también. Es muy difícil conseguir en la historia 11 personas que murieron por una mentira. Tenemos que estudiar muchas cosas para apreciar lo que hicieron porque cuando hablaron y escribieron lo hicieron como testigos reales de los acontecimientos que describieron (2 Pedro 1:16). Los discípulos supieron la diferencia entre la imaginación y la realidad, entre la leyenda y la verdad, y es lo que confirma Juan para los Judíos en ( 1Juan 1:1-3) y Lucas lo dice claramente en su Evangelio (1:1-3) y también en hechos (1:1-3). Entonces, el objetivo fundamental para esos testigos leales era: “La resurrección”. Y tenían que estar convencidos que Jesús resucitó. No creyeron en el principio; por eso huyeron, se escondieron, expresaron sus dudas y no creyeron sino después de varias pruebas convencidas y suficientes. Tomamos el ejemplo de Tomás, que luego murió mártir por Cristo. ¿Estaba engañado? Apostó por su vida a lo contrario. Y también para Pedro, que negó a Jesús tres veces y algo luego le pasó a ese cobarde que salió a predicar nada menos, nada más en Jerusalén con un fuerza, poniendo su vida en peligro, hablando de la resurrección de Cristo. ¿Estaba engañado también? ¿Qué le cambió de un cobarde a un hombre fuerte, dando testimonio de Cristo? ¿Quién tenía la preparación y la fuerza para morir por Cristo? Si la resurrección era mentira, los discípulos lo hubieran sabido. ¿Entonces trataban de inmortalizar una gran mentira? Eso no se pone de acuerdo con lo que sabemos de su vida, que se describe con máxima moralidad. Condenaron la mentira y confirmaron la fidelidad y animaron a la gente a conocer la Verdad. Edward Geebon, el historiador, escribe en su libro famoso que se llama: la caída del imperio romano”, la pureza de la moralidad de los discípulos y su firmeza era una de los cinco motivos de la gran extensión del cristianismo y su éxito. Y dice Mikel Jerin, director de la Universidad San Juan, en Nottingham, que la resurrección era la creencia fundamental que transformó a hombres derrotados por un maestro crucificado, a hombres valientes y testigos en la Iglesia. Esa creencia fue la que separó a los seguidores de Cristo de los Judíos y les transformó el mundo por la resurrección. Se podía ponerlos presos, darles látigos y matarlos, pero no se podía obligarlos a negar que Cristo resucitó en el tercer día. La actitud de esos discípulos y su valentía, cuando se convencieron de la resurrección y salieron a predicar a Jesús, las leyes, y comenzaron a perseguirlos, a detenerlos, pero en seguida volvían a las calles a predicar de nuevo a Jesús y no predicaron en cualquier pueblo sino en Jerusalén. Los seguidores de Jesús no podían enfrentar los dolores, el sufrimiento y la muerte si no estaban convencidos de la resurrección y si fueron engañados o tramposos se debe explicar como que ninguno de ellos se derrumbó bajo la presión. Dice Pascal, filósofo francés: decir que los discípulos eran tramposos es algo ridículo y va en contra de la mente, pero vamos a ver el resultado lógico para esa acusación. Imaginemos que 12 personas se reúnen después de la muerte de Jesús y hacen un complot de decir que Jesús resucitó. Y esa propaganda causa una amenaza grande para los dos poderes: legislativo y religioso. El corazón del hombre está inclinado de una manera extraña hacia la debilidad y el cambio, las promesas juegan con él y le seducen las materiales, y si uno de esos hombres se hubiera rendido a esas seducciones y promesas o se hubiera derrumbado bajo las grandes amenazas de ir preso o sufrir, hubieran perdido todos. Y dice Mikel Jerin: ¿Cómo se transformaron esas personas entre una noche y un día, de gente invencible que soportaron los dolores, las prisiones y la muerte con valentía en tres continentes, predicando a Jesús y su resurrección? Y se pregunta Paul Leetle: ¿a caso esa gente que cambiaron la montura moral para la sociedad fueron mentirosos o locos ilusionistas? Eso será mucho más difícil para creer que la verdad de la resurrección, y no hay ninguna prueba, ni de la más pequeña que hay. Dice Simón Matengley, profesor de leyes en la universidad Harford: los discípulos tuvieron éxito de experimentar la muerte por asegurar la verdad de su predica. Creo que puedo confiar en sus testimonios mucho más que otra gente que me encuentro con ella hoy día, personas incapaces de molestarse de cruzar la calle por lo que creen en él y menos para morir por él.

Cristo Fe

La ejecución de Jesús en una cruz puso en entredicho todas las pretensiones de Jesús. La cruz dejó la cosa clara. Jesús había sido un hombre justo, bueno, pero un hombre totalmente equivocado. Si de verdad tenía razón al anunciar su mensaje de salvación y llamar a Dios como Padre, sólo Dios lo podía decir y confirmar. Y lo hizo resucitando a Jesús de la muerte. La resurrección de Jesús es la que da base y sentido a nuestra fe. Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe (1corintios 15). La resurrección ha sido el acontecimiento decisivo para la fe cristiana. Y ahora los creyentes vemos a Dios como “Padre”, entendemos nuestra existencia y la enfrentamos con una esperanza nueva.
A partir de la resurrección los creyentes podemos creer en Dios como “Padre”. Si Dios resucitó a Jesús, quiere decir que Él es fiel a sus promesas e incapaz de dejar en la muerte a quien le pide con fe, como Padre. Dios no dejará nunca a los hombres, ni fallará la esperanza que pongan en Él. En Cristo Dios se nos descubre como Padre fiel a sus promesas, dispuesto a salvar al hombre por encima de la muerte.
En Cristo vemos que Dios es capaz de resucitar a los muertos. No es solamente el creador, es Padre lleno de amor y vida, y capaz de destruir el poder de la muerte y dar la vida. “No pongamos nuestra confianza en nosotros sino en Dios que resucita (2corintios 1,9).
Entonces, Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Dios no permite que una vida humana vivida en el amor termine en el fracaso de la muerte. Dios es el futuro que le espera al hombre que sabe amar. “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos (1 Juan 3: 14). Dios se nos descubre como alguien que no está de acuerdo con nuestra existencia actual, llena de dolor, destinada a una muerte que acaba con todos nuestros logros. En un mundo injusto, donde los hombres crucifican al mejor hombre que piso nuestra tierra. En la resurrección descubre Dios su reacción y protesta ante un mundo de violación de derechos humanos y de injusticia.

En la resurrección descubrimos que Jesús es nuestro salvador. Su mensaje tiene un valor muy diferente a los demás mensajes de otros profetas. Su mensaje es liberador. En Cristo descubrimos que nuestra vida tiene salida, un estilo de vivir y una manera de morir y que hay alguien que nos puede llevar a la vida eterna que es “Jesús”, quien es Dios vivo con el Padre, lleno de amor y es quien intercede al Padre por nosotros. Ya sabemos que Jesús está en medio de nosotros. La Iglesia es el cuerpo de Cristo resucitado y es Él quien anima y vivifica a su comunidad. Jesús no es un difunto sino es quien actúa en nuestra vida, nos llama y acompaña en nuestra tarea diaria. Por eso creer en Jesús es creer en su palabra viva, es verlo vivo en el más pequeño de los hombres. No podemos creer en la resurrección de Jesús sin creer en nuestra propia resurrección (1corintios 6,14).

Los cristianos comprendemos, de manera nueva, la vida del hombre a partir de la resurrección de Cristo. “El mal no tiene la última palabra”. Si hay resurrección, ya el dolor, la injusticia, la muerte, no tienen la última palabra. El mal ha quedado despojado de su poder absoluto. Si la muerte es el mayor enemigo del hombre y ha sido vencida, el hombre no tiene ya porque doblegarse ante nada y nadie. La muerte, el dolor y las lágrimas seguirán, pero si se vive en el Espíritu del resucitado no terminarán en el fracaso, porque sabemos que a una vida crucificada sólo le espera la resurrección. Ahora se nos abrió el horizonte que da sentido a la historia humana. La fe en la resurrección es fuente de liberación. Esa fe puede y debe dar a los creyentes capacidad para vivir. La fe en la resurrección se debe convertir en una llamada a la liberación individual y colectiva.


A Dios que se revela se le debe la obediencia en la fe; una adhesión fundamental de fe es lo que Él pidió a su pueblo en el Antiguo Testamento, y Jesús la exige a sus discípulos en la última cena diciendo: “ustedes creen en Dios, pues creen también en Mí”. ¿En qué consiste la fe? La fe no es sólo adhesión de la inteligencia a la verdad revelada, sino una entrega a Dios y una actitud que compromete toda la existencia. Y el concilio dice: “que para la fe es necesaria la “Gracia” de Dios que se adelanta y nos ayuda con el apoyo interior del Espíritu Santo que mueve el corazón. Entonces, la fe lleva a una verdadera y profunda coherencia que debe expresarse en todos los aspectos de una vida según el modelo de Cristo. La función de la fe es cooperar en esta omnipotencia. Jesús exige hasta tal punto esa cooperación que al volver a Nazaret no hizo ningún milagro porque la gente de esa aldea no creían en Él. La fe tiene para Jesús una importancia decisiva. Y la verdadera fe está animada por el amor de Dios, que es inseparable del amor de los hermanos.