Los cristianos, en cualquier época, no podemos vivir de espaldas a la sociedad de la que formamos parte. En el mismo corazón del mundo procuramos vivir responsablemente nuestros quehaceres temporales para, desde dentro, informarlos con un espíritu nuevo, con la caridad cristiana. Cuanto más se haga sentir el alejamiento de Cristo, tanto más urgente se hace la presencia de los cristianos en esos lugares, para llevar, como los primeros en la fe, la sal de Cristo, y devolver al hombre su dignidad humana, perdida en muchas ocasiones.
Podemos preguntarnos si donde vivimos llevamos la luz de Cristo a esas personas, a ese ambiente como hicieron los primeros cristianos.
Las casas de los primeros cristianos, iguales externamente a las demás, se convirtieron en hogares cristianos. Empapados por la caridad, los hogares cristianos eran lugares de paz en medio, no infrecuentemente, de incomprensiones externas, de calumnias, de persecución.
En el hogar se aprendía a ofrecer el día, a dar gracias, a bendecir los alimentos, a dirigirse a Dios en la abundancia y en la escasez. Nosotros podemos vivir muchas costumbres cristianas en el seno de nuestra familia: el rezo del Santo Rosario, los cuadros o imágenes de la Virgen, hacer el Nacimiento en Navidad, la bendición de la mesa...y otras muchas. Si sabemos cuidarlas, contribuirán a que en el hogar se respire siempre un clima amable, de familia cristiana, donde desde pequeños se aprende a tratar con naturalidad a Dios y a su Madre Santísima.