Contrición

Jesús pasa continuamente a nuestro lado y derrama su gracia y su misericordia. ¡Tantas veces! Son incontables las veces que el Señor se ha parado a nuestro lado para curarnos, para bendecirnos, para alentarnos al bien. Muchas gracias y un gran amor hemos recibido de parte del Señor. Y espera de nosotros correspondencia, arrepentimiento sincero de nuestras faltas, aborrecer el pecado y todo aquello que nos separa de Él. El Señor nos oye siempre, pero de modo muy particular cuando acudimos con deseos de empezar de nuevo con un corazón contrito y humillado (Salmo 50, 19). ¿Quién es tan ciego para no ver a Cristo que se nos hace el encontradizo una y otra vez?

En el lenguaje corriente solemos decir "se me rompió el corazón", para expresar nuestra reacción ante una gran desgracia que ha conmovido lo más íntimo de nuestro ser: eso quiere decir la palabra contrición, rompimiento. Se nos ha de romper el corazón al contemplar los propios pecados delante de la santidad de Dios y del amor que Él nos tiene. Ese dolor de los pecados o contrición consiste en un pesar y aborrecimiento del pecado cometido, con el propósito de no pecar más.

Es el amor, sobre todo, lo que debe llevarnos a pedir perdón muchas veces a Dios, pues son incontables las veces que no hemos correspondido a las gracias que recibimos. La contrición devuelve la esperanza, la paz y la alegría. Jesús pasa junto a nosotros y nos invita a salir a su encuentro, dejando nuestros pecados. No retrasemos esa conversión llena de amor. Ahora comienzo, una vez más, con Tu ayuda, Señor.

Hemos de pedir al Espíritu Santo el don inefable de la contrición. Hemos de esforzarnos en hacer muchos actos de ese dolor de amor siempre que nos acercamos a la Confesión, a la hora del examen de conciencia y también durante el día. Nos será de gran provecho meditar el Vía Crucis y la Pasión del Señor.

El dolor sincero de los pecados no lleva consigo necesariamente un dolor emocional; lo mismo que el amor, el dolor es un acto de la voluntad, no un sentimiento. Se mostrará en obras concretas de penitencia por las veces que no fuimos fieles a la gracia: oraciones, ayunos y limosnas, pequeñas mortificaciones, llevar con paciencia las penas y contrariedades, aceptar las cargas de la propia profesión y la fatiga que el trabajo lleva consigo. "Dirígete a la Virgen, y pídele que te haga el regalo -prueba de su cariño por tí- de la contrición por tus pecados, y por los pecados de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, con dolor de Amor".