Afincar en Jesús

(Mateo 14, 22-36) Antes de apuntar el día, vino Jesus hacia los apóstoles caminando sobre el mar. Ellos tuvieron miedo y comienzan a gritar. Cristo se da a conocer: Tened confianza, soy yo, no teman. Es la actitud con que Cristo se presenta siempre en nuestra vida: dando aliento y serenidad. Pedro le hace una petición inesperada: Señor, si eres Tú, manda que yo vaya a Ti sobre las aguas. La audacia del amor no tiene límites. Y la condescendencia de Jesús tampoco tiene término. Él le dijo: Ven. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús. Pedro ha cambiado la seguridad de la barca por Jesús. No importan el ambiente, las dificultades que rodean nuestra vida, si nos dirigimos llenos de fe y confianza a Jesús que nos espera; no importa que las olas sean muy altas y el viento fuerte. Si miramos a Jesús, todo nos será posible; y ese mirarle es la virtud de la piedad.

La fe, grande en los comienzos, se hizo pequeña después. Pedro olvida que lo único que lo mantenía a flote, era la palabra del Señor, y cuando empieza a temer y a dudar, comenzó también a hundirse. Dios pide a veces "aparentes imposibles" que se hacen realidad cuando actuamos con fe, con los ojos puestos en el Señor. Cuando la fe se empequeñece, las dificultades se agigantan y cobran fuerza las tentaciones. Pedro hubiera permanecido firme sobre las aguas y habría llegado hasta el Señor si no hubiera apartado de Él su mirada confiada. Todas las tempestades juntas, las del alma y las del ambiente, nada pueden mientras estemos bien afincados en la oración.

¡Señor, sálvame! Al punto Jesús extendió su mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? Después subieron a la barca y cesó el viento. Si nosotros vemos que nos hundimos, que no podemos con las dificultades o la tentación, acudamos a Jesús: ¡Señor, sálvame! Él siempre tiene su mano extendida para que nos aferremos a ella. Pidámosle ayuda en lo grande y en lo pequeño, y encontraremos la fortaleza que necesitamos para vencer.