Jesucristo rechaza la posición de los fariseos que se preocupaban por el pago del diezmo: décima parte del producto de los frutos del campo, para el sostenimiento del Templo. Incluso lo hacían de las plantas aromáticas que cultivaban en sus jardines, pero a la vez dejaban de cumplir otros graves mandamientos en relación al prójimo: la justicia, la misericordia y la fidelidad (Mateo 23, 23).
Los cristianos no debemos caer jamás en estas hipocresías. La virtud de la justicia se fundamenta en la intocable dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y destinada a una felicidad eterna. Consiste en dar a cada uno lo suyo y se enriquece y se perfecciona con la misericordia y la caridad.
Vivir la justicia con el prójimo es mucho más que no causarle daño, y no basta con lamentarse ante situaciones de injusticia; quejas y lamentaciones que serán estériles si no se traducen en más oración y obras para remediar esta situación. Vivir la justicia con los que nos relacionamos significa, entre otros deberes, respetar su derecho a la fama, a la intimidad... También implica el derecho a la vida, a la fidelidad, a la verdad, la responsabilidad y la buena preparación, la laboriosidad y la honestidad, el estudio a conciencia y el cuidado de los instrumentos de trabajo. Debemos vivir los deberes de justicia con aquellos que el Señor nos ha encomendado, dedicándoles tiempo, colaborando en su formación y tratando con más esmero a aquel que, por su enfermedad, edad o por sus condiciones particulares, más lo necesita. Además, debemos recordar que la calumnia y la murmuración son una gran injusticia, pues "entre los bienes temporales la buena reputación parece ser lo más valioso, y por su pérdida el hombre queda privado de hacer mucho bien".
La economía tiene sus propias leyes y mecanismos, pero estas leyes no son suficientes ni supremas, ni esos mecanismos son inamovibles. El orden económico debe estar sometido a los principios superiores de la justicia social y tener en cuenta la dignidad de la persona.
La justicia social también exige que al trabajador no se le deje a merced de las leyes de la competencia como si su trabajo fuera sólo una mercancía, y una de las preocupaciones del Estado y de los empresarios "debe ser ésta: dar trabajo a todos".