El trabajo es consecuencia del mandato de dominar la tierra (Génesis 1, 28) dado por Dios a la humanidad. El trabajo es un bien de Dios. El trabajo es un bien útil que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta. El trabajo es el medio a través del cual hemos de alcanzar la propia santidad y la de los demás. Por esta razón no se puede entender un trabajo mal hecho, a medio terminar. San Pablo animaba a trabajar para no serle gravoso a nadie (1 Tesalonicenses 2, 9). Y más tarde advierte: el que no trabaje, que no coma. Hoy en nuestra oración consideremos que el Señor espera de nosotros que vivamos el mismo espíritu de laboriosidad y de trabajo intenso que vivieron los primeros cristianos.
El Señor nos dio, en sus años de Nazaret, un ejemplo admirable de la importancia del trabajo y de la perfección humana y sobrenatural con que hemos de realizar la tarea profesional. Treinta años de oscuridad pasó Jesús en la tierra trabajando como un artesano. Su predicación indica que conocía muy de cerca el trabajo. En San José también podemos encontrar el ejemplo de una vida corriente como la nuestra, dedicada al trabajo. Él inició a Jesús en su oficio hasta adquirir la maestría de un verdadero profesional.
A San José podemos encomendar nuestras tareas profesionales. Jesús llamó solamente a personas habituadas al trabajo. Examinemos hoy la calidad de nuestro trabajo; si lo comenzamos y terminamos con puntualidad, si sacamos por delante lo más fatigoso, si aprovechamos el tiempo sin distraernos en cosas innecesarias, si cuidamos los instrumentos que usamos. Y contemplemos a Jesús en su taller de Nazaret.
Hemos de amar el trabajo, y ha de ser materia de oración, porque, además, el trabajo es uno de los más altos valores humanos, medio con el que cada uno debe contribuir al progreso de la sociedad y, sobre todo, porque es camino de santidad. Los cristianos corrientes no nos santificamos a pesar del trabajo, sino a través del trabajo. Encontramos al Señor en las más variadas incidencias que lo componen, unas agradables y otras menos, el campo en el que se ejercitan las virtudes humanas y sobrenaturales.
San Pablo se servía de su misma profesión para acercar a otros a Cristo. Así hemos de hacer nosotros, cualquiera que sea nuestro oficio y nuestro lugar en la sociedad. No olvidemos ofrecer por la mañana nuestra jornada de trabajo, y pidamos a San José que nos ayude a trabajar como él lo hizo: en presencia de Jesús.