LA PERSONA HUMILDE


Por nuestra soberbia personal, las faltas más pequeñas que afectan a otros se ven aumentadas, mientras que, por contraste, los mayores defectos propios tienden a disminuirse y a justificarse. ¿Porqué te fijas en la mota del ojo de tu hermano, y no ves la viga que hay en el tuyo?.

Además, la soberbia tiende a proyectar en los demás lo que en realidad son imperfecciones y errores propios. Por eso aconsejaba sabiamente San Agustín: "Procurad adquirir las virtudes que creéis que faltan en vuestros hermanos, y ya no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros".

Solamente la persona humilde sabe perdonar, comprender y ayudar porque por su humildad es consciente de haber recibido todo de Dios, conoce sus miserias y lo necesitada que está de la misericordia divina. Por otra parte, sólo Dios penetra en las intenciones más íntimas, lee en los corazones y da verdadero valor a todas las circunstancias que acompañan a una acción. Santa Teresa aconsejaba que tapáramos los defectos de los demás con nuestros grandes pecados.


El Señor no despidió a los Apóstoles ni dejó de apreciarlos porque tuvieran defectos: en un principio se mueven por envidia, por ira o ambicionan los primeros puestos. El Señor los corrige con delicadeza, tiene paciencia con ellos y no deja de quererlos. Les enseña lo más importante, el ejercicio, con obras, de la caridad.

El Señor no nos pide que amemos sólo a quienes carecen de defectos o a quienes tienen determinadas virtudes. Ante las faltas del prójimo, hemos de adoptar una actitud positiva: rezar por ellos, desagraviar, ejercitar la paciencia y la fortaleza, quererles más, y ayudarles con la corrección fraterna que recomendó el mismo Señor. Es una muestra de lealtad humana que evita toda crítica o murmuración.


Si en algún caso tenemos la obligación de emitir un juicio sobre una determinada actuación, haremos esa valoración en la presencia del Señor, en la oración, purificando la intención y cuidando las normas elementales de prudencia y de justicia y hemos de escuchar las dos partes. Por caridad o por honradez, tendremos cuidado de no convertir un juicio inamovible lo que ha sido una simple impresión, o en transmitir como verdad "lo que se dice" o la simple noticia sin confirmar, y que quizá daña la reputación de una persona o una institución.

La humildad nos conducirá a descubrir los errores y defectos en nosotros mismos, a pedir perdón al Señor, a comprender que los demás tengan alguno y a recibir la corrección fraterna de alguien que nos quiere. La Virgen siempre supo decir la palabra adecuada, y muchas veces guardó silencio.