Dios amigo del hombre
En diversas ocasiones la Sagrada Escritura nos muestra a Dios como amigo de los hombres. La amistad exige benevolencia mutua. Primero nos amó Dios, y así pudimos corresponder; nosotros le amamos porque Él nos amó primero.. A lo largo de su vida terrena, Nuestro Señor estuvo siempre abierto a una amistad sincera con quienes se le acercaban. Del mismo modo, el Señor nos ofrece ahora su amistad desde el Sagrario. Allí nos consuela, nos anima, nos perdona. En el Sagrario, Jesús habla con todos, cara a cara, como un hombre habla con su amigo.
El Señor quiere hablar con nosotros en la intimidad de la oración, como conversaba con sus amigos en Su paso por la tierra. Abrámosle nuestra alma, y Él nos abrirá la suya; el verdadero amigo no oculta nada al amigo. Esta amistad con Jesucristo nos capacita para ser mejores amigos con nuestros semejantes, porque nos dispone a salir de nuestro egoísmo y nos da ocasión de difundir el bien que poseemos:
"Sólo son verdaderos amigos aquellos que tienen algo que dar y, al mismo tiempo, la humildad suficiente para recibir. Por eso la amistad es más propia de hombres virtuosos. El vicio compartido no produce amistad sino complicidad, que no es lo mismo. Nunca podrá ser legitimado el mal con una pretendida amistad"; el mal, el pecado, no une jamás en la amistad y en el amor.
Nosotros podemos darles a nuestros amigos muchas cosas buenas, pero sobre todo, podemos y debemos darles el bien más grande que poseemos: Cristo mismo, el Amigo por excelencia.
Un amigo fiel es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel; su precio es incalculable. La amistad necesita ser protegida contra el paso del tiempo que llega al olvido, y también contra la envidia que corrompe la amistad. Seamos amigos de modo particular de nuestro Ángel Custodio; nuestro Ángel no se aleja por nuestros caprichos y defectos, conoce nuestras flaquezas y miserias, y tal vez por eso nos ame más.