LEVADURA DEL SEÑOR


Nos enseña el Señor en el Evangelio que el Reino de Dios es semejante a la levadura que tomó una mujer y mezcló con tres medidas de harina hasta que fermentó todo. La levadura es muy poca con relación a la masa que debe transformar, pero siendo tan poca cosa, su poder es muy grande.

El Señor cuenta con nuestras poquedades y flaquezas para ser levadura en el mundo en que vivimos, y nuestra fuerza es la del Espíritu Santo. Nosotros en la vida corriente de cada día, podemos ser causa de luz o de oscuridad, de alegría o tristeza, fuente de paz o de inquietud. Nuestro paso por la tierra no es indiferente; acercamos a los demás a Cristo, o los separamos de Él. ¿Somos levadura en la familia, en el ambiente de trabajo o de estudio? ¿Manifestamos con nuestra alegría que Cristo vive?


La levadura sólo actúa cuando está en contacto con la masa; sin distinguirse de ella, desde dentro, la transforma. Sólo estando en la entraña del mundo, en medio de toda profesión y oficio, podremos llevar de nuevo la creación a Dios. Y a esto hemos sido llamados por vocación divina.

Los primeros cristianos eran un verdadero fermento en un mundo descompuesto. Así hemos de ser nosotros; sin excentricidades, como fieles corrientes, podemos mostrar lo que significa seguir de cerca de Cristo. Nos han de conocer como personas leales, sinceras, trabajadoras, cumpliendo con rectitud nuestros deberes familiares, profesionales y sociales con la serenidad de hijos de Dios.

"Cristo nos ha dejado en la tierra para que seamos faros que iluminen, doctores que enseñen; para que cumplamos nuestro deber de levadura... Ni siquiera sería necesario exponer la doctrina si vuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría ningún pagano, si nos comportáramos como verdaderos cristianos".


Sin Mí no podéis hacer nada: Muchos, por presunción, imaginan que van a transformar el mundo con sus fuerzas; pero pronto, en su misma vida y en las de los demás, ven la inconsistencia de sus propósitos. Para vibrar, para ser fermento, es necesario la unión con Cristo. La fuerza interior que nos impulsa al apostolado nace del amor al Señor. De aquí la necesidad urgente de alimentar ese amor continuamente mediante la oración personal, sin anonimato, y la recepción frecuente, y sin rutina de los sacramentos.