LA LUCHA INTERNA


Todos los días hay combates en nuestro corazón, enseña San Agustín. Cada hombre en su alma, lucha contra un ejército. Los enemigos son la soberbia, la avaricia, la gula, la sensualidad, la pereza... Y es difícil, que estos ataques no nos produzcan alguna herida . Sin embargo, tenemos la seguridad de la victoria si echamos mano de los recursos que el Señor nos ha dado: la oración, la mortificación, la sinceridad plena en la dirección espiritual, la ayuda de nuestro Ángel Custodio y, sobre todo, de nuestra Madre Santa María.

Por muchas que sean las tentaciones, las dificultades, las tribulaciones, Cristo es nuestra seguridad. ¡Él no nos deja! Podemos decir con San Pablo: Todo lo puedo en Aquel que me conforta.


Nuestro sitio está en la cumbre junto a Cristo, con un deseo continuo de aspirar a la santidad en el lugar donde estamos, y a pesar de conocer bien el barro del que estamos hechos, las flaquezas y retrocesos. El Señor nos pide el esfuerzo pequeño y diario, una lucha ascética positiva, alegre, constante, con "espíritu deportivo".

En la lucha interior habrá también fracasos, de poca y de gran importancia, y hemos de aprender a recomenzar muchas veces, con una alegría nueva, con una humildad nueva, pues si incluso si se ha ofendido mucho a Dios y se ha hecho mucho daño a los demás, se puede después estar muy cerca del Señor en esta vida y luego en la otra, si existe verdadero arrepentimiento humilde y sincero. El amor profundo a Cristo nos ayudará a perseverar en este combate.


La lucha diaria del cristiano se concretará de ordinario en cosas pequeñas: en fortaleza para cumplir delicadamente los actos de piedad con el Señor, sin abandonarlos por cualquier otra cosa que se nos presente, sin dejarnos llevar por el estado de ánimo de ese día o de ese momento; en el modo de vivir la caridad, corrigiendo formas destempladas del carácter (del mal carácter), esforzándonos por tener detalles de cordialidad, de buen humor, de delicadeza con los demás; en realizar acabadamente el trabajo que hemos ofrecido a Dios, sin chapuzas, con perfección; en poner los medios para recibir la formación necesaria.

Victorias y derrotas, caer y levantarse, recomenzar siempre, con un amor vigilante opuesto a la tibieza, esto es lo que nos pide el Señor siempre. En este combate siempre contamos con la ayuda de nuestra Madre Santa María, que sigue paso a paso nuestro caminar hacia su Hijo.