PREDICAR EL EVANGELIO
Después de su Resurrección, Jesús dice a los Doce: Id..., predicad el Evangelio, haced discípulos a todas las naciones. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
El Señor les concreta lo que han de predicar, el Evangelio. Nada les dice de la liberación del yugo romano que padecía la nación, o del sistema social y político en el que han de vivir, o de otras cuestiones exclusivamente terrenas. Ni vino Cristo para esto, ni para esto han sido ellos elegidos. Vivirán para dar testimonio de Cristo y difundir su doctrina.
La misión de nuestra Madre la Iglesia es dar a los hombres el tesoro más sublime que podemos imaginar, conducirlos a su destino sobrenatural y eterno a través de la predicación y de los Sacramentos. Sin embargo no se desatiende de las tareas humanas; por su misma misión espiritual, mueve a sus hijos y a todos los hombres a que tomen conciencia de la raíz de donde provienen los males, y urge a que pongan remedio a tantas injusticias, a las deplorables condiciones en que viven muchos hombres, que constituyen una ofensa al Creador y a la dignidad humana.
Nosotros como corredentores de Cristo podemos hoy preguntarnos si llevamos a nuestros familiares y amigos la fe en Cristo y si la caridad nos lleva a promover un mundo más justo y humano.
La fe en Cristo nos mueve a sentirnos solidarios de los demás hombres en sus problemas y carencias, en su ignorancia y falta de recursos económicos. Esta solidaridad no es "un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas", sino "la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsable de todos".
De cada uno de nosotros de debería poder decir al final de la vida que, como Jesucristo, pasó haciendo el bien. Pidámosle a la Santísima Virgen que nos ayude a ver a todos los hombres como a nuestros hermanos, pues somos hijos del mismo Padre.