Amar a Dios no es simplemente importante para el hombre: Es lo único que importa absolutamente, aquello para lo que fue creado y, por tanto, su quehacer fundamental aquí en la tierra y, luego su único quehacer eterno en el Cielo; aquello en lo que alcanza su felicidad y su plenitud. Sin esto, la vida del hombre queda vacía. Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley? Le pregunta a Cristo un fariseo en el Evangelio de la Misa (Mateo 22, 34-40).
Jesús le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. Cristo, Dios hecho hombre que viene a salvarnos, nos ama con amor único y personal, "es un amante celoso" que pide todo nuestro querer. Espera que le demos todo lo que tenemos de acuerdo a la vocación a la que nos llamó un día y nos sigue llamando diariamente en medio de nuestros quehaceres y a través de las circunstancias.
Santo Tomás nos enseña que el principio del amor es doble, pues se puede amar tanto con el sentimiento como por lo que nos dice la razón. Con el sentimiento, cuando el hombre no sabe vivir sin aquello que ama. Por el dictado de la razón, cuando ama lo que el entendimiento le dice. Y nosotros debemos amar a Dios de ambos modos: también con nuestro corazón humano, con el afecto con que queremos a las criaturas de la tierra, con el único corazón que tenemos.
El corazón, la afectividad, es parte integrante de nuestro ser. Humano y sobrenatural es el amor que contemplamos en Jesús cuando leemos el Evangelio: lleno de calor y de ternura. Dios nos hizo con cuerpo y alma, y con nuestro ser entero, corazón, mente, fuerzas, nos dice Jesús que debemos amarle.
Es necesario cultivar el amor, protegerlo, alimentarlo. Evitando el amaneramiento, debemos practicar las manifestaciones afectivas de piedad sin reducir el amor a estas manifestaciones, poner el corazón al besar el crucifijo o al mirar una imagen de Nuestra Señora, y no querer ir a Dios sólo "a fuerza de brazos", que a la larga fatiga y empobrece el trato con Cristo. Sin embargo, el amor a Dios -como todo amor verdadero- no es sólo sentimiento; no es sensiblería, ni sentimentalismo vacío, pues ha de conducir a múltiples manifestaciones operativas; debe dirigir todos los aspectos de la vida del hombre.