Cuando pidamos algún don, hemos de pensar que somos hijos de Dios, y Él está infinitamente más atento hacia nosotros que el mejor padre de la tierra hacia su hijo más necesitado.
A medida que intensificamos nuestra petición identificamos nuestra voluntad con la de Dios, que es Quien verdaderamente conoce nuestra penuria y escasez.
Él nos hace esperar en ocasiones para disponernos mejor, para que deseemos esas gracias con más hondura y fervor; otras veces rectifica nuestra petición y nos concede lo que verdaderamente necesitamos, y otras veces no nos concede lo que pedimos porque, sin darnos cuenta quizá, estamos pidiendo un mal que nuestra voluntad ha revestido de bien. Nuestra oración debe ser confiada, como quien pide a su padre; y serena, porque Dios sabe bien las necesidades que padecemos.
La confianza nos mueve a pedir con perseverancia, aunque aparentemente el Señor no nos escuche. Al pedir, nos confortan las palabras de Jesús: En verdad os digo que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, si tenéis fe, os lo concederá.
El Señor sabe de nuestras necesidades materiales, Él mismo nos enseñó a rogar: el pan nuestro de cada día dánosle hoy...
El primer milagro que hizo Jesús fue de carácter material. Sin embargo, por muchas y muy urgentes que sean las limitaciones y privaciones materiales, tenemos siempre más necesidad de los bienes sobrenaturales.
Pedimos los bienes temporales en la medida que son útiles para la salvación y en la medida que están subordinados a los sobrenaturales. La Virgen Nuestra Madre enderezará todas las peticiones que no sean del todo rectas. En el Santo Rosario tenemos una arma poderosa. No lo dejemos.