EL VALOR DEL ALMA
El Señor da mucho valor a los esfuerzos de quienes luchan por la santidad. Dios se goza en los santos; y por ellos su misericordia y su perdón se derrama sobre otros hombres que de por sí no lo merecen.
Con Jesucristo se cumplirá lo que había sido anunciado: por la muerte de uno solo podrán salvarse todos. Nada ha sido ni será jamás, con una distancia infinita, tan agradable a Dios como el ofrecimiento el holocausto que Jesús hizo de su vida por la salvación de todos, y que culminó en el Calvario.
El amor de Cristo muriendo por nosotros en la Cruz agradaba a Dios más de lo que pueden desagradarle todos los pecados de todos los hombres juntos. Y en la medida que vamos identificando nuestra voluntad con la del Señor, nos apropiamos los méritos de Cristo. Aquí se fundamenta el valor incomparable que un solo hombre santo tiene para Dios. Aunque son muchos los pecados que se cometen cada día, ¡hay también muchas almas que pese a sus miserias, desean agradar a Dios con todas sus fuerzas!
Las personas santas compensan con creces todos los crímenes, abusos, envidias, deslealtades, traiciones, injusticias, egoísmos... de todos los habitantes de una gran ciudad. Por nuestra unión al sacrificio redentor de Jesucristo, Dios mirará con especial compasión a aquellos familiares o amigos que quizá se extraviaron por ignorancia, por error, por debilidad o porque no recibieron las gracias que nosotros recibimos.
¡Cuántas veces le pediremos ayuda a Jesús para una persona!, y Él la moverá con su gracia en atención a nuestra amistad. Dios acoge las peticiones de los suyos en el mundo, con particular atención: las oraciones de los niños, y las de los que rezan como ellos, las súplicas de los enfermos, las de quienes no tienen otra voluntad que la Suya. Los que procuran estar unidos a Cristo sostienen verdaderamente al mundo. San Pablo dice a los primeros cristianos que brillan como luceros en el mundo, alumbrando a todos con la luz de Cristo.