FIDELIDAD


La Sagrada Escritura nos habla con frecuencia de la virtud de la fidelidad, de la necesidad de mantener la promesa, el compromiso libremente aceptado, el empeño en acabar una misión en la que uno se ha comprometido. Dios pide fidelidad a los hombres a los que mira con predilección porque Él mismo es siempre fiel, por encima de nuestras flaquezas y debilidades. Quienes son fieles le son muy gratos, y les promete un don definitivo: el que sea fiel hasta la muerte, recibirá la corona de la vida.

La idea de la fidelidad penetra tan hondo en la vida del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo. Somos fieles si guardamos la palabra dada, si nos mantenemos firmes, a pesar de los obstáculos y dificultades, a los compromisos adquiridos. Se es fiel a Dios, al cónyuge, a los amigos. Referida a la vida espiritual, se relaciona estrechamente con el amor, la fe y la vocación.


¿Cómo puede el hombre, que es mudable, débil y cambiante, comprometerse para toda la vida? Puede, porque su fidelidad está sostenida por quien no es mudable, ni débil, ni cambiante, por Dios. El Señor sostiene esa disposición del que quiere ser leal a sus compromisos y, sobre todo, al más importante de ellos: al que se refiere a Dios y a los hombres por Dios, como en la vocación a una entrega plena, a la santidad. Lo principal del amor no es el sentimiento, sino la voluntad y las obras; y exige esfuerzo, sacrificio y entrega.

El sentimiento y los estados de ánimo son mudables y sobre ellos no se puede construir algo tan fundamental como es la fidelidad. Esta virtud adquiere su firmeza del amor, del amor verdadero. Sin amor, pronto aparecen las grietas y las fisuras de todo compromiso.


La perseverancia hasta el final de la vida se hace posible con la fidelidad a lo pequeño de cada jornada y el recomenzar cuando, por debilidad, hubo algún paso fuera del camino; fidelidad es corresponder a ese amor de Dios, dejarse amar por él, quitar los obstáculos que impiden que ese Amor misericordioso penetre en lo más profundo del alma. Para ser fieles necesitamos del soporte de la sinceridad, primero con uno mismo: reconocer y llamar a su nombre a lo que nos puede llevar fuera del propio camino. Y enseguida sinceridad con el Señor y con quien orienta espiritualmente nuestra alma.