Enseñar a amar
En un aeropuerto, un joven africano profesor observaba la voluminosas cajas que se empacaban en un avión carguero. Se acordó de los niños y los ancianos de su patria. Aquel enorme cargamento consistía en alimento para gatos y perros.
Frente a semejantes injusticias existen tres caminos: el primero quedarnos en silencio, luchar por la propia subsistencia y esperar que se haga justicia más allá de la muerte. Otro camino: lanzar a los hombres a la violencia, prender su corazón como una bomba incendiaria, armar el pueblo para que derribe el sistema. La iglesia aprendió de su fundador un tercer camino: sembrar el amor entre quienes todos lo tienen y aquellos que todo lo necesitan. Invitarlos a encontrarse fraternalmente en un lugar intermedio de la frontera donde se hable el idioma del Evangelio.
Nosotros enseñamos a amar decía un misionero. No logramos cambiar las estructuras. Anunciamos que muchas de ellas son injustas, pero cambiarla de raíz nos quitaría mucho tiempo. Mientras tanto se nos puede morir un niño por falta de un vaso de leche. Nuestra vocación es anunciar a Cristo que vive y ama por nuestro ministerio. El programa de Cristo comprende un mejoramiento total de los hombres. Si no realizamos estos oficios, los pobres no entenderían que Dios los ama, no creerían que nosotros los amamos.
En Calcuta, un moribundo le decía a la Madre Teresa: “es maravilloso saber que Dios nos ama. ¡Dimelo otra vez¡ La Iglesia está llamada a anunciar a Cristo por todos los rincones de la tierra, compartiendo la Fe y edificando el Reino de Dios. ¿Nos comprometemos en esta urgente tarea?