La Sagrada Escritura nos enseña, que todo tiene su tiempo y su momento. Las circunstancias y acontecimientos de la vida forman parte de un plan divino. Pero hay veces que el hombre no acierta a comprender ese querer de Dios sobre sus criaturas y no encuentra el momento oportuno para cada cosa; con frecuencia los hombres ponen su interés lejos de la labor que tienen entre manos. Perder el tiempo es dedicarlo a otras tareas, quizá humanamente interesantes y productivas, pero distintas de las que Dios esperaba que atendiéramos en ese momento preciso.
Ganar el tiempo, en cambio, es hacer lo que Dios quiere que llevemos a cabo: vivir el momento presente que es el que debemos santificar. Del pasado sólo debemos sacar motivos de contrición por lo que hicimos mal, de acciones de gracias por todo el bien que recibimos, y experiencia para hacer con más perfección nuestras tareas. Los sucesos del futuro no nos deben preocupar demasiado, pues todavía no tenemos la gracia de Dios para enfrentarlo.
Para aprovechar el tiempo presente, como nos aconseja San Pablo, necesitaremos someternos a un orden en nuestros quehaceres y cumplirlo. Vencer la pereza y ser laboriosos es aprovechar el tiempo, que no sólo es oro, sino gloria de Dios. Perezoso no es solamente el que no hace nada, sino también el que hace muchas cosas, pero rehúsa llevar a cabo su obligación concreta y escoge sus ocupaciones según el capricho del momento.
El perezoso es amigo de los "comienzos", pero no pone las "últimas piedras". Vivir el hoy y ahora, nos llevará a estar atentos a lo que hacemos, convencidos que es una ofrenda al Señor, como si fuera la última obra que le ofrecemos.
El Señor nos invitó a vivir con serenidad e intensidad cada jornada, eliminando preocupaciones inútiles por lo que ocurrió ayer y por lo que puede suceder mañana: No se preocupen por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio; a cada día le basta su propio afán.
Un buen consejo para vivir cara a Dios es que hemos de trabajar en esta tierra como si fuésemos a vivir siempre en ella, a la vez que trabajamos para la eternidad como si fuéramos a morir esta misma tarde. Es precisamente esta tarea del momento presente la que nos lleva al Cielo. Ahora es tiempo de edificar.
Ganar el tiempo, en cambio, es hacer lo que Dios quiere que llevemos a cabo: vivir el momento presente que es el que debemos santificar. Del pasado sólo debemos sacar motivos de contrición por lo que hicimos mal, de acciones de gracias por todo el bien que recibimos, y experiencia para hacer con más perfección nuestras tareas. Los sucesos del futuro no nos deben preocupar demasiado, pues todavía no tenemos la gracia de Dios para enfrentarlo.
Para aprovechar el tiempo presente, como nos aconseja San Pablo, necesitaremos someternos a un orden en nuestros quehaceres y cumplirlo. Vencer la pereza y ser laboriosos es aprovechar el tiempo, que no sólo es oro, sino gloria de Dios. Perezoso no es solamente el que no hace nada, sino también el que hace muchas cosas, pero rehúsa llevar a cabo su obligación concreta y escoge sus ocupaciones según el capricho del momento.
El perezoso es amigo de los "comienzos", pero no pone las "últimas piedras". Vivir el hoy y ahora, nos llevará a estar atentos a lo que hacemos, convencidos que es una ofrenda al Señor, como si fuera la última obra que le ofrecemos.
El Señor nos invitó a vivir con serenidad e intensidad cada jornada, eliminando preocupaciones inútiles por lo que ocurrió ayer y por lo que puede suceder mañana: No se preocupen por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio; a cada día le basta su propio afán.
Un buen consejo para vivir cara a Dios es que hemos de trabajar en esta tierra como si fuésemos a vivir siempre en ella, a la vez que trabajamos para la eternidad como si fuéramos a morir esta misma tarde. Es precisamente esta tarea del momento presente la que nos lleva al Cielo. Ahora es tiempo de edificar.