¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? ¿Qué es lo que quiere Cristo que pongamos en primer lugar en nuestras preferencias personales? ¿Qué es lo que nos hace más personas, nos perfecciona más, nos llena más? ¿Qué es lo que más sentido da a nuestra vida? «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.»
¡Es tan importante que nos enteremos de esto! ¿Estamos amándo a Cristo con todo el corazón o tenemos el corazón dividido? ¿A quién estamos poniendo primero en nuestras intenciones? ¿Lo buscamos a Él: lo que Él quiere, lo que Él necesita de nosotros, lo que espera de nosotros? ¿A quién buscamos realmente cuando luchamos por mejorar: a Él, porque nos quieres santos o a nosotros, para quedarnos tranquilos,satisfechos de nosotros mismos o, incluso, para quedarnos bien ante los demás?
¿Amamos a Jesús con toda nuestra mente? ¿Cuánto tiempo le dedicamos a nuestra formación espiritual, en comparación al que le dedicamos a nuestra formación profesional? Ya sabemos que no es cuestión de comparar horas, sino de la importancia que le damos a cada caso. Pero también hemos de dedicar horas a nuestra formación cristiana, y eso nos cuesta.
El amor a los demás es una consecuencia necesaria del amor a Cristo. En el fondo, es el mismo amor: el amor de entrega al otro, que se diferencia del amor a nosotros mismos. Sólo se puede amar de dos maneras: dando o recibiendo. El que únicamente "ama" cuando recibe, se acaba amando sólo a sí mismo. El que sabe darse, ama a los demás y -entre ellos- es capaz de amar a Cristo. Por eso el amor a Dios y a los demás se refuerza mutuamente: si aprendemos a amar a Cristo, también amaremos más a los que nos rodean; y si nos preocupamos de las necesidades de los demás, tendremos más capacidad de entender y amar a Cristo.
¿Qué hacemos por los que nos rodean, en concreto por los más necesitados espiritual o materialmente? Cuanto más amamos a Cristo, más ocasiones encontraremos para servir a los demás; y cuanto más aprovechamos las circunstancias que nos rodean para servir, más fácilmente nos enamoraremos de Cristo.
Jesús nos recuerda que no podemos escoger un mandamientos suelto. Transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros. No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios, su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a todos los hombres, que son sus criaturas. Si amaramos a Dios con toda nuestra fuerza, corazón, y al prójimo como a nosotros mismos, podremos escuchar a Cristo diciéndonos: "No están lejos del Reino de Dios".
¡Es tan importante que nos enteremos de esto! ¿Estamos amándo a Cristo con todo el corazón o tenemos el corazón dividido? ¿A quién estamos poniendo primero en nuestras intenciones? ¿Lo buscamos a Él: lo que Él quiere, lo que Él necesita de nosotros, lo que espera de nosotros? ¿A quién buscamos realmente cuando luchamos por mejorar: a Él, porque nos quieres santos o a nosotros, para quedarnos tranquilos,satisfechos de nosotros mismos o, incluso, para quedarnos bien ante los demás?
¿Amamos a Jesús con toda nuestra mente? ¿Cuánto tiempo le dedicamos a nuestra formación espiritual, en comparación al que le dedicamos a nuestra formación profesional? Ya sabemos que no es cuestión de comparar horas, sino de la importancia que le damos a cada caso. Pero también hemos de dedicar horas a nuestra formación cristiana, y eso nos cuesta.
El amor a los demás es una consecuencia necesaria del amor a Cristo. En el fondo, es el mismo amor: el amor de entrega al otro, que se diferencia del amor a nosotros mismos. Sólo se puede amar de dos maneras: dando o recibiendo. El que únicamente "ama" cuando recibe, se acaba amando sólo a sí mismo. El que sabe darse, ama a los demás y -entre ellos- es capaz de amar a Cristo. Por eso el amor a Dios y a los demás se refuerza mutuamente: si aprendemos a amar a Cristo, también amaremos más a los que nos rodean; y si nos preocupamos de las necesidades de los demás, tendremos más capacidad de entender y amar a Cristo.
¿Qué hacemos por los que nos rodean, en concreto por los más necesitados espiritual o materialmente? Cuanto más amamos a Cristo, más ocasiones encontraremos para servir a los demás; y cuanto más aprovechamos las circunstancias que nos rodean para servir, más fácilmente nos enamoraremos de Cristo.
Jesús nos recuerda que no podemos escoger un mandamientos suelto. Transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros. No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios, su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a todos los hombres, que son sus criaturas. Si amaramos a Dios con toda nuestra fuerza, corazón, y al prójimo como a nosotros mismos, podremos escuchar a Cristo diciéndonos: "No están lejos del Reino de Dios".