“No hay perfección en la virtud sino en el amor de Dios”. Las cuatro virtudes son:
Equilibrio: es el amor que se presenta a sí mismo completo para su amado.
La fuerza: es el amor que soporta todo por su amado.
La justicia o merced: es el amor que no sirve sino a su amado y domina con rectitud.
Inteligencia: es el amor que discierne entre lo que ayuda a llegar a Dios y entre lo que le prohíbe llegarle. Pero ese amor no es un amor natural sino es el “amor de Dios”, el bien máximo, la sabiduría máxima, la paz máxima.
El equilibrio calma en nosotros las inclinaciones que nos llevan a las diversiones que nos alejan de Dios y sus mandatos. El equilibrio quita de la persona “el hombre viejo” y lo viste “del hombre nuevo en Dios”, o sea: ignorar las glorias humanas y dirigir su amor hacia Dios.
La fuerza es el amor que debe ser encendido para Dios y que refrena la impaciencia de los deseos en los bienes terrenales hasta que se pierde y se queda fuerte.
El merced da a quien ama a Dios una base para la vida, lo ayuda a servir a Dios con un servicio libre por ser el bien máximo, para que domine a los que están menos que él, con un dominio correcto
La inteligencia debe estar atenta siempre para no caer víctima de un asesor falso. Por eso Jesús nos dice: “caminen mientras tienen la luz”.
Quien ama a Dios y cree que es el bien máximo del hombre, sin duda desea vivir una vida buena y quien la vive ama a Dios de todo corazón y conserva el equilibrio de toda corrupción, y la fuerza lo conserva de ser roto ante las tentaciones y el merced domina a todo para Dios, y la inteligencia transforma su fuerza para discernir las cosas, para no caer el hombre poco a poco víctima del engaño.
Esa será la perfección del hombre que le prepara para disfrutar de la verdad a través de la rectitud.